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miércoles, 19 de agosto de 2009

Anti-psiquiatría:Deconstrucción del concepto de enfermedad mental

De Adolfo Vásquez Rocca. Profesor de Antropología Filosófica, Escuela de Medicina Universidad Nacional de Buenos Aires.


El discurso de la psiquiatría

Caracteriza a las disciplinas, cuando se consolidan, un lenguaje propio. Tal lenguaje queda apropiadamente caracterizado como discurso definido éste como el resultado de la interacción, entre un lenguaje “natural” o corriente” y un hablante -o usuario- orientado a ciertos fines. Las disciplinas, en tanto discursos, no se sirven del lenguaje como simple medio neutral de transferencia de contenidos. Están, literalmente, constituidas por él.



Lo que llamamos “discurso científico” (o lenguaje “técnico”) no es por tanto simple vehículo. Es un espacio de representación colectiva en el cual se da la ciencia como actividad humana. El trabajo de un profesional de la ciencia o de aquellos que usan la ciencia como fundamento consiste en una perenne reformulación de sus objetos. De hecho, las disciplinas científicas pueden caracterizarse como discursos que crean y re-crean los objetos de los cuales “fabrican” enunciados. Estos arte-factos se convierten, cuando el diálogo y la polémica fructifican, en factos. Los “hechos” de la naturaleza suelen ser el resultado de disputas zanjadas. Las “verdades” de la ciencia no son el fundamento de las comunidades científicas. Las comunidades científicas son comunidades de problemas y, sobre todo, de retóricas. Una físico reconoce a otro físico por su modo de concebir y desarrollar enunciados verosímiles sobre algún interés común.



Aún cuando esto aparezca plausible, las implicaciones no siempre logran un acuerdo. Una de éstas es la siguiente: es menester estudiar el discurso científico en tanto que discurso, hay que reflexionar sobre sus orígenes y modo de constitución, hay que aceptar que no es sólo un producto sino una fuerza productiva. La realidad es una narrativa exitosa. Es aquello que se hace hablando en una comunidad de reconstrucciones de objetos que sólo existen en tanto se habla de ellos de una determinada manera.



Puede ser que la psiquiatría y otras disciplinas del hombre no sean comparables a las ciencias que la tradición considera fundamentales. En ella son evidentes aquellos rasgos de mutabilidad y obsolescencia que el historicismo indicó como propios de la realidad social. Es, diríase, enorme el impacto de la cultura y la época en la constitución de su vocabulario técnico y de su arsenal de conceptos. Hay quienes quienes quieren equiparar su desarrollo al de una disciplina de la naturaleza, como si en ella no ocurriera, al igual que en la historia, que el objeto que parece constituirla es idéntico al lenguaje que lo expresa. No pocos son los ejemplos en los que una afortunada expresión abrió insospechados caminos a la investigación y la práctica. No escasos, tampoco, aquellos en que una palabra, por ese proceso que Lukacs llamara “reificación”, se convirtió en cosa, “dio que hablar” y fundó subdisciplinas y especialidades completas y hasta hizo pensar a los ingenuos que se avanzaba en las profundidades de la realidad natural. Buen ejemplo del término fructífero fue la voz esquizofrenia. Muchos desvaríos ha causado el abuso del término depresión.



El discurso del especialista no es más que una diferenciación, a veces deformada, del lenguaje corriente. Especialmente en las disciplinas cuya formalización discursiva no es matemática y que basan su progreso en la acumulación y ordenamiento de enunciados con contenido empírico. La verosimilitud, que no es la verdad, es el logro de la ciencia. Sus instrumentos se perfeccionan en dirección a la retórica convincente, el argumento redondeado y elegante, a la precisión. Pero sería erróneo pensar que es otro lenguaje



Dialecto, código, registro.



¿Se trata entonces de un dialecto? Dialecto es el lenguaje compartido por un grupo que no necesariamente es homogéneo, aunque sí puede compartir una región. ¿Será acaso un código? El código se caracteriza por la correlación entre cambios del mensaje y tipo de rol social. Y finalmente, ¿no será más bien un registro, una moralidad del discurso corriente, que especifica una particular situación comunicativa?



Parece útil y, sobre todo, provocativo este último punto de vista. La misma expresión en boca de un profano carece del peso que tiene si es dicha por un experto. Supongamos que alguien rotula a un individuo de “demente”. Obviamente, la “verdad” no interesa para poner en marcha, por ejemplo, el sistema de atención médica. Sólo la reconstrucción técnica de lo designado por el vocablo es válida socialmente. Y ello, en virtud de ser el término usado por alguien que “sabe”. Saber, en este caso, suponer haber sido “socializado” en usos específicos de los vocablos en contextos determinados. Participar, en rigor, de una tradición que avala el uso y el contexto.



Innumerables perspectivas se ofrecen al estudio. Piénsese, por ejemplo, cómo cambia.



El trabajo de investigación, en cualquier disciplina, consiste en construir significados o, lo que es casi idéntico, inventar objetos para hablar de ellos. El lenguaje es la realidad constitutiva esencial de toda ciencia y también de toda práctica social. Una y otra se perpetúan por la enseñanza, que es la reconstrucción perenne de los significados sociales. Aún aquellas actividades no científicas -como muchas de las que integran la práctica de la medicina- reciben el influjo de las armonías de la cultura, que son las obras de ingenio.



Hacer del discurso de la psiquiatría el punto central de la indagación, estudiarlo en sus mutaciones y en sus permanencias, no significa otra cosa que detenerse en su opacidad.



Para los hispanoparlantes, ésta es tarea tan importante como insertarse con dignidad en la tradición tecnocrática. Los usos determinan el pensar. Muchos usos de la ciencia psiquiátrica de frontera no son ajenos. Se han gestado en otras realidades, responden a distintos desafíos. Su impronta en el lenguaje nos obliga a veces a decir lo que no queremos, o a querer, lo que no decimos. Espera, en embrión, una psiquiatría latinoamericana que no sea simple recuerdo ni tampoco soberbia ignorancia y pintoresco localismo. Esa “ciencia solitaria” no se basará en la negación de sí ni en negación de otras. Debe basarse sobre un diálogo de permanente reconstrucción. Para hacerla, es menester detenerse en su discurso, que la expresa y constituye.

El concepto de enfermedad mental



La teoría de la enfermedad mental es científicamente imprecisa y su estatuto esta aún por definirse. La psiquiatría como institución represora es incompatible con los principios de una sociedad democrática y libre, y debe ser abolida. Al negar la validez científica de la teoría de la enfermedad no se esta negando la realidad de las enfermedades neurológicas, la locura, el crimen, el consumo de drogas y los conflictos sociales.



El concepto de enfermedad mental tuvo su utilidad histórica pero es, en la actualidad, científica y médicamente anticuado, y moral y políticamente dañino por las razones que veremos en este artículo.



Thomas Szasz



En 1961, Thomas Szasz, médico psiquiatra, psicoanalista y actualmente Profesor Emérito de la Universidad del Estado de New York, publicó “El mito de la enfermedad mental”, que inició un debate mundial sobre los denominados trastornos mentales. Szasz anota que la mente no es un órgano anatómico como el corazón o el hígado; por lo tanto, no puede haber, literalmente hablando, enfermedad mental. Cuando hablamos de enfermedad mental estamos hablando en sentido figurado, como cuando alguien declara que la economía del país está enferma. Los diagnósticos psiquiátricos son etiquetas estigmatizadoras aplicadas a personas cuyas conductas molestan o ofenden a la sociedad. Si no hay enfermedad mental, tampoco puede haber hospitalización o tratamiento para ella. Desde luego, las personas pueden cambiar de comportamiento, y si el cambio va en la dirección aprobada por la sociedad es llamado cura o recuperación.



Por consiguiente, las intervenciones psiquiátricas deben ser definidas con claridad como voluntarias o involuntarias. En las voluntarias, la persona busca la ayuda del profesional movida por sus problemas. Típicamente, el individuo es un beneficiario de la intervención del psiquiatra. En las involuntarias, la sociedad impone la intervención. Típicamente, el individuo es una víctima de la acción del psiquiatra, en tanto que la sociedad(la familia) es la beneficiaria. La psiquiatría involuntaria es incompatible con los principios de una sociedad democrática y libre, y debe ser abolida.


La fabricación de la locura



En 1970, Szasz publicó “La fabricación de la locura: Estudio comparado de la Inquisición y el Movimiento de la Salud Mental”, un monumental estudio histórico dedicado a demostrar que-con el declinar de la cosmovisión teológica y del poder del Estado Teocrático(la alianza del Estado y la Religión), y el ascenso de la cosmovisión científica y del poder del Estado Terapéutico(la alianza del Estado y la Medicina y, en particular, la Psiquiatría-, el mito teológico de la herejía fue remplazado por el mito científico de la enfermedad mental, la persecución de brujas y herejes por la persecución de pacientes mentales y drogadictos, y la poderosa burocracia papal de la Inquisición por la poderosa burocracia estatal de la Psiquiatría Institucional.



En esta obra, que dio inicio a la nueva disciplina de la historia crítica de la psiquiatría (junto con la “Historia de la locura en la Era Clásica”, de Michel Foucault), Szasz define también los dos tipos de psiquiatría: la institucional y la contractual.



La Psiquiatría Institucional comprende todas las intervenciones impuestas a las personas por los demás. Estas intervenciones se caracterizan por la completa pérdida, por parte del denominado paciente, del control de la relación con el psiquiatra. Su aspecto económico más importante es que el psiquiatra es un empleado pagado por una entidad privada o pública. Su característica social más destacada es el uso de la fuerza o del engaño.



La Psiquiatría Contractual comprende todas las intervenciones psiquiátricas buscadas por las personas, motivadas por sus dificultades o problemas. Estas intervenciones se caracterizan por la completa retención, por parte del llamado paciente, del control de la relación con el psiquiatra. Su aspecto económico más importante es que el psiquiatra es un profesional privado pagado por la propia persona(en nuestros días, la situación se complica por la existencia de los seguros médicos). Su característica social más notoria es la evitación de la coacción o del engaño.



¿Qué entendemos por enfermedad mental?



Al negar la validez científica del concepto de trastorno mental no se esta negando la realidad de los fenómenos a los que, de modo impreciso -mucha gente- tanto profesionales como legos, llama enfermedades mentales. ¿Cuáles son estos? Por lo general, nos referimos a los siguientes:


Alteraciones involuntarias de conducta(por ejemplo alucinaciones, depresión, euforia, confusión, pérdida de la memoria y de la orientación tempo-espacial, y cambios importantes de la conducta o la personalidad) por enfermedades endocrinas, infecciosas, metabólicas, neurológicas o de otro tipo. Pero estas no son enfermedades mentales sino tan sólo enfermedades -como cualquier otra- pertenecen al ámbito de competencia de la medicina en general.


La locura, ahora llamada esquizofrenia, o paranoia , o psicosis, u otro término psiquiátrico. La literatura sobre la esquizofrenia, considerada la más grave de las tales enfermedades mentales comprende ahora miles de publicaciones que adolecen de un serio error epistemológico: hablar de la esquizofrenia como si fuese una enfermedad genuina como la diabetes cuando, en realidad, se trata de un insulto psiquiátrico que justifica el internamiento forzado de los locos.



Por otra parte, los psiquiatras llevan un siglo alegando que la esquizofrenia es, en realidad, una enfermedad cerebral. Si es así, ¿por qué sigue siendo definida como una enfermedad mental y tratada por psiquiatras en vez de por neurólogos? Con relación a las anormalidades detectadas mediante técnicas de imagenología diagnóstica en los cerebros de los llamados esquizofrénicos, surgen enseguida dos inquietudes:



a) ¿Esas anomalías son causa o consecuencia de la conducta anormal?



b) Si la esquizofrenia es una enfermedad del cerebro como, digamos, la enfermedad de Parkinson , o la enfermedad de Alzheimer, o la esclerosis múltiple, ¿ cómo es que en muchos países hay leyes especiales de salud mental que obligan al internamiento o al tratamiento forzado de los llamados esquizofrénicos? Que yo sepa, no hay leyes especiales para el tratamiento coercitivo de las pacientes con Parkinson, Alzheimer y esclerosis múltiple.



Al señalar que la esquizofrenia es parte del mito moderno de la enfermedad mental, tampoco estoy negando la existencia de la locura. De hecho, la locura abunda dentro y fuera de los manicomios( ahora llamados hospitales mentales). Lo que estoy cuestionando es la veracidad científica de categorizarla y tratarla como una enfermedad legítima tan curable como una apendicitis o una neumonía. La locura, en su sentido clásico y literario, es más bien un asunto personal (locura individual) o político (locura colectiva).





3.- El crimen y la violencia. El concepto psiquiátrico del crimen surgió en el siglo XX con la publicación de “El criminal, el juez y el público”(1929), de F. Alexander y H. Staub. Para estos autores, había dos clases de criminales: el normal y el anormal. Para el normal la penalidad tradicional era suficiente, en tanto que, para el anormal, Alexander y Staub recomendaban la abolición de los castigos y la implantación de tratamientos psiquiátricos.



Es importante tener en cuenta que esta tesis nació en la época del ascenso al poder de las ideologías totalitarias de la Italia fascista, la Alemania nazi y la Unión Soviética comunista, en las que los psiquiatras estaban dispuestos a cooperar con gobiernos dictatoriales en la represión de los ciudadanos.



Por su parte, Thomas Szasz, desde la publicación de “El derecho, la libertad y la psiquiatría”(1963), ha advertido que la Psiquiatría Institucional se ha convertido en una agencia represiva de control social .



Esta psiquiatrización del crimen ha dado origen al mito del paciente mental peligroso: con bastante frecuencia los medios masivos de comunicación informan sobre un crimen al que, enseguida y tras la entrevista a un psiquiatra o psicólogo, se le endilga el calificativo de trastorno mental. Aunque no hay ninguna evidencia de que los llamados pacientes psiquiátricos son más peligrosos que los normales (la situación actual apunta más bien a todo lo contrario), el mito del paciente mental peligroso se resiste a morir.





4. - El consumo de drogas legales e ilegales. Aunque la humanidad ha usado(y abusado de) drogas tales como el alcohol, la coca, la marihuana, el opio y sus derivados, y el tabaco durante siglos, el llamado problema de la droga, o drogadicción, o farmacodependencia, o abuso de drogas fue una creación del siglo XX con la promulgación de las primeras leyes antidrogas , y la inclusión del uso de ciertas drogas en la lista oficial de trastornos mentales de la Asociación Psiquiátrica Americana. Hasta ese entonces, no teníamos el llamado problema de la droga, ni la palabra drogadicción tenía la connotación peyorativa que hoy tiene. (De hecho, adicción quiere decir apego, dedicación como cuando decimos que Fulano es adicto al Partido Liberal, o Mengano es adicto al catolicismo).



Décadas más tarde, la guerra antidrogas, supuestamente ejecutada para erradicar el consumo, es llevada a cabo con tanta insensatez y ferocidad que sus terribles consecuencias(un ambiente de persecución inquisitorial, criminalidad, corrupción, daño ecológico y toxicidad agregada por la impureza) han terminado por afectar a toda la sociedad. Pero en vez de atribuir estas nefastas consecuencias a la ilegalidad y la guerra, los gobiernos las achacan a las drogas , los drogadictos y los traficantes.



Por mi parte, sugiero que prohibir ciertas drogas porque su abuso puede ser dañino para la salud es tan sensato como prohibir los automóviles porque su abuso puede ser perjudicial para la salud, y postulo que la guerra antidrogas nos está haciendo más daño que la denominada drogadicción. Por consiguiente el asunto no es cómo acabar con las drogas y los drogadictos sin cómo acabar con la persecución y la guerra.





5. - Los conflictos personales e interpersonales. Por último, cuando seguimos hablando de trastornos mentales, tenemos en mente otros tipos de hechos: los conflictos personales e interpersonales tales como la angustia, el desempleo, las dificultades o desviaciones sexuales, la discordia marital o familiar, la estupidez, las fobias, la incultura, las inhibiciones y demás problemas de la condición humana. Se piensa entonces que la vida es armónica y que los conflictos son causados por psicopatologías subyacentes que es preciso curar para ser felices. Esta es la versión pseudocientífica actual de la psiquiatría y la psicología clínica convencionales. No obstante,me parece más realista aceptar de una vez por todas que la vida es, en sí, una ardua tragicomedia, y que lo que llamamos salud mental(que prefiero llamar virtud o salud espiritual) es un largo y tortuoso camino de aprendizaje cotidiano.





La historia de la ciencia está llena de teorías y modelos que fueron descartados una vez que se lograron avances que permitieron un conocimiento preciso de los fenómenos. No veo por qué no va a ocurrir lo mismo con la teoría de la enfermedad mental. Nos corresponde a los científicos la responsabilidad social de revisar crítica y constantemente el estado de nuestros conocimientos para así ponernos al día en nuestra labor.



La teoría de la enfermedad mental tuvo, pues, su utilidad histórica hasta el siglo pasado pero es, en la actualidad, científica y médicamente anticuada pues permite diagnosticar y tratar como enfermos mentales a pacientes con enfermedades cerebrales o de otro tipo que cursan con trastornos involuntarios de conducta; y es moral y políticamente dañina porque se ha vuelto una cortina de humo para toda una serie de problemas económicos, existenciales, morales y políticos que, estrictamente hablando, no requieren terapias médicas sino alternativas económicas, existenciales, morales y políticas.





Referencias



- Szasz, T.S. “The Myth of Mental Illness”, 2nd edition. New York: Harper & Row, 1974.

- Szasz, T.S. “The Manufacture of Madness: A Comparative Study of the Inquisition and the Mental Health Movement.” New York: Harper & Row; 1970.





Adolfo Vásquez Rocca

Doctor en Filosofía por la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso; Postgrado Universidad Complutense de Madrid, Departamento de Filosofía IV, Teoría del Conocimiento y Pensamiento Contemporáneo. Áreas de Especialización Antropología y Estética. Profesor del Programa de Postgrado del Instituto de Filosofía de la PUCV, del Magíster en Etnopsicología -Escuela de Psicología PUCV, Profesor de Antropología Filosófica en la Escuela de Medicina de la UNAB. Director de la Revista Observaciones Filosóficas http://www.observacionesfilosoficas.net Secretario de Redacción de PHILOSOPHICA, Revista del Instituto de Filosofía de a PUCV, Editor Asociado de Psikeba, Revista de Psicoanálisis y Estudios Culturales, Buenos Aires y de la Revista de Antropología Médica, UNAB. Miembro del Consejo Consultivo Internacional de Konvergencias, Revista de Filosofía y Culturas en Diálogo, Argentina. adolfovrocca@gmail.com

martes, 18 de agosto de 2009

Sobre el fascismo siquiátrico.


Por casi ciento cincuenta años la siquiatría se ha puesto la careta de una ciencia médica y de una rama de la medicina, pero no ha sido y nunca fue una ciencia o una forma de cuidado de la salud. La siquiatría moderna está basada en suposiciones empíricas no probadas, puntos de vista médicos tendenciosos y opiniones seudocientíficas. No existen hechos científicamente establecidos o independientemente comprobados en la siquiatría. De hecho, la siquiatría no tiene leyes o hipótesis que puedan ser sometidas a la experimentación. Tampoco tiene una teoría coherente y comprensiva. Es de notar el hecho que la siquiatría carece de pruebas o evidencias que respalden sus afirmaciones y eslóganes en los medios de comunicación sobre la "enfermedad mental".

Después de setenta años de investigación y praxis siquiátrica, todavía no existe una prueba de laboratorio para la esquizofrenia o cualquiera de los otros trescientos trastornos del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM). Este manual es básicamente una lista de juicios morales clasicistas sobre conductas supuestamente anormales, publicado y propagado por la Asociación Psiquiátrica Americana (APA). El DSM es la Biblia oficial de la siquiatría organizada; es el equivalente del Malleus Maleficarum de la edad media con el que los inquisidores españoles identificaron, estigmatizaron y quemaron a los herejes. Las brujas, los herejes y los chivos expiatorios de hoy son etiquetados de mentalmente enfermos o esquizofrénicos.

La siquiatría hospitalaria con su política de control de internos mediante programas de modificación de conducta de alto riesgo, "tratamientos" biológicos, sujetadores físicos y mecánicos, puertas cerradas y pabellones, además de los cuartos de reclusión y aislamiento, siempre ha exhibido características fascistas. Quisiera enfocarme en tres: el temor, la fuerza y el fraude. Éstos son los principios que guían la política en el control de aquellos ciudadanos y grupos cuyo gobierno y autoridades, incluyendo la policía y los llamados expertos en salud mental, juzgan como disidentes, problemáticos o difíciles de controlar. La siquiatría hospitalaria es muy similar al sistema de una prisión. En la prisión o en el sistema carcelario se han usado siquiatras como consejeros para diseñar peligrosos programas de modificación de la conducta, además de realizar experimentos de alto riesgo sobre los prisioneros. Tanto el sistema siquiátrico como el sistema carcelario sistemáticamente usan el temor, la fuerza y el fraude con fines de control social y de castigo — no para tratar o rehabilitar, palabras que son eufemismos. Es obvio, o al menos debiera serlo, que el tratamiento forzado es, de hecho, castigo. Éste generalmente es cruel y por lo mismo debiera ser prohibido en Estados Unidos bajo la octava enmienda constitucional. Virtualmente todos los tratamientos en los servicios siquiátricos son forzados o se administran sin el consentimiento. Se administran contra la voluntad del "paciente" — un prisionero en realidad — y se obtienen mediante la amenaza de represalias más graves. Y cuando se obtienen su consentimiento, se hace manteniendo al "paciente" ignorante de los graves riesgos y de las alternativas que podría tener. Hablar de consentimiento informado en la siquiatría es una burla: no existe.

Temor/terror. "El terror actúa poderosamente sobre el cuerpo a través de la mente y debe emplearse para curar la locura. El temor es acompañado del dolor, y la sensación de ignominia algunas veces ha curado la enfermedad". Eso fue escrito en 1818 por el Dr. Benjamín Rush, el padre de la siquiatría americana y el primer presidente de la APA, cuyo rostro aún aparece en el sello oficial de la APA. El Dr. Rush era un partidario del terror mediante la camisa de fuerza, la silla tranquilizante y el "temor de morir" de muchos internos en asilos para lunáticos en el siglo diecinueve. Rush encarceló a su propio hijo en uno de sus asilos. ¡Menudo padre!

El temor es un poderoso incitador que convierte a la gente en conformes, obedientes y sometidos a la autoridad. Históricamente, el inducir y el manipular el temor o el terror enmascarado siempre ha sido lo que distingue a regímenes fascistas como la Italia de Mussolini, la Alemania bajo Hitler y la Unión Soviética bajo Stalin; de hecho, lo que distingue a cualquier dictadura. La amenaza de castigo, de tortura o de ser asesinado es suficiente para despertar temor y terror en la mayoría de nosotros. O hacemos lo que se nos dice o —

Tal como se usa en la siquiatría, el temor o el terror es más selectivo pero está difundido, y es un recurso poderoso. En la institución, el siquiatra generalmente recurre al chantaje para controlar a los pacientes más "incontrolables" o rebeldes. Los siquiatras y terapeutas amenazan a sus pacientes con encarcelamientos más prolongados o con dosis más altas de neurolépticos o "antidepresivos" y/o amenazan con transferencias a instituciones de máxima seguridad si uno no se comporta, falla en obedecer las órdenes del doctor, rehusa tomar los "medicamentos" o seguir las reglas de la institución o hacer cualquier cosa que moleste a los carceleros. Estas amenazas dirigidas a los pacientes involuntarios y cautivos generalmente infunden temor en muchos de ellos, y los siquiatras lo saben. Por ejemplo, hace algunos años algunos activistas, pacientes y expacientes del Queen Street Mental Health Centre, el hospital o psico-prisión de Toronto de mala reputación, me dijeron que los siquiatras los habían amenazado que si no se calmaban los transferirían al Penetang: la división de Oakridge Penetanguishene Mental Health Centre, un lugar de máxima seguridad en Ontario para modificar la conducta, conocido por su trato duro y brutal. Penetang era y es conocido como sinónimo de castigo, una de las psico-prisiones más bárbaras del Canadá. Debió haber sido cerrado hace muchos años, espacialmente después de un severísimo reporte sobre sus abusos por el siquiatra Steven Harper.

Amenazar a los pacientes con sujetadores físicos o celdas de aislamiento también es muy efectivo para provocar pánico. Virtualmente en cada pabellón o unidad siquiátrica hay un lugar eufemísticamente llamado "El Cuarto Silencioso", un cuarto desnudo y vedado parecido a una celda con un colchón y lavabo, generalmente sin escusado ni mantas o sarapes. Acostados en el cuarto silencioso, a los prisioneros algunas veces se les restringe con correas de cuero, sujetadores de dos a cuatro agujeros bien apretados alrededor de las muñecas y/o en los tobillos de manera que apenas puedan moverlos por horas. La sola amenaza de la pérdida de la libertad, internamiento involuntario o de ser encerrado en un pabellón siquiátrico o institución contra tu voluntad, y sin juicio o audiencia pública, es suficiente para asustarnos. En virtualmente cada provincia y territorio de Canadá el criterio para ser confinado es éste: un juicio personal de enfermedad mental, un juicio personal de que amenazas dañarte físicamente a ti mismo o a otra persona o un juicio personal de que eres incapaz de cuidarte a ti mismo. Nótese que estos criterios son tanto subjetivos como juicios morales de una conducta disidente basados en la observación y en la opinión, no en hechos médicos o científicos. A pesar del hecho de que la enfermedad mental — que en mi opinión es una metáfora de la disidencia — nunca ha sido oficialmente clasificada como una enfermedad médica, sólo los médicos están legalmente autorizados para hacer estos pronunciamientos no médicos y juicios fatídicos.

En Ontario, cualquier doctor puede firmar una forma de internamiento para forzar a un individuo a ser encerrado en cualquier servicio siquiátrico las primeras setenta y dos horas para su observación y evaluación. Otros dos doctores pueden firmar una forma que autoriza encarcelar a ese individuo por otras dos o cuatro semanas. En los últimos años aproximadamente el cincuenta por ciento de las miles de personas tratados en Ontario fueron confinadas a hospitales siquiátricos.

La amenaza o el acontecimiento de perder tu libertad de ser encerrado en un siquiátrico por días o meses es algo terrible. El amparo mínimo o inexistente que actualmente existe en Ontario para estos casos hace del derecho a la apelación una farsa, y sirve para aumentar el temor y la desesperación de la gente. La sola amenaza de ser forzado al tratamiento siquiátrico, así como el tratamiento mismo, puede causar terror — por ejemplo, terror del electroshock, llamado terapia ECT, que en realidad es un lavado electro-convulsivo del cerebro, como le llaman algunos críticos y sobrevivientes como Leonard Frank. Mi cercano amigo Mel me dijo que en una ocasión lo arrastraron varias personas en el pasillo del hospital que conduce al cuarto del electroshock. ¡Ya me imagino su terror y el terror de otros que sufrieron la misma suerte! Yo también sufrí algo similar cuando, a la fuerza, me sometieron a cincuenta shocks de insulina en los 1950s. Para sorpresa de muchos, este tratamiento bárbaro que daña al cerebro y a la memoria no sólo sigue existiendo, sino que se está expandiendo en Canadá y los Estados Unidos. Las víctimas principales de este tratamiento son las mujeres y la gente de edad, especialmente las ancianas.

También existe la amenaza de las drogas siquiátricas, eufemísticamente llamadas "medicinas". Tanto estos químicos como los tranquilizantes menores o antidepresivos y los antipsicóticos como Haldol, Modicate, Torazina y los llamados modificadores del humor como el Litio no son sustancias naturales sino venenos manufacturados, acertadamente llamados neurotoxinas por el siquiatra y crítico de la siquiatría Peter Breggin en varios de sus libros y por Joseph Glenmullenm en su libro Prozac backlash, un instructor de siquiatría en la Escuela Médica de Harvard. Estos químicos no tienen beneficio o valor médico probados. Lo que hacen es controlar o doblegar la conducta problemática o perturbante, el humor y la emoción. Estas toxinas, en particular neurolépticos como Haldol, Modicate o Clorpromazina son tan minusvalidantes, poderosos y temibles que muchos sobrevivientes de la siquiatría y otros críticos les llaman lobotomías o camisas de fuerza químicas. Estas drogas tienen muchos efectos minusvalidantes llamados "efectos secundarios" para minimizar lo que en realidad son, efectos tales como: temblores o movimientos incontrolados en las manos y en otras partes del cuerpo (cosas que ocurre en los trastornos neurológicos como el parkinsonismo o la disquinesia tardía), calambres musculares, visión borrosa, pasearse por ansia, pesadillas, súbitas explosiones de enojo, agitación, pérdida de memoria, desmayos, trastornos en la sangre, ataques epilépticos y muerte repentina. Ahora bien, los así llamados efectos secundarios son el propósito de estas drogas. El temor a las drogas siquiátricas se basa en la ignorancia e incertidumbre porque los siquiatras y los demás doctores omiten informarles a los pacientes de los horribles efectos de estas drogas.

Sin la amenaza de usar la fuerza, el fascismo no existiría. Maquiavelo, Mussolini y Hitler sabían esto. Todos los dictadores, los aspirantes a dictadores y los pendencieros lo saben. Y éste es el caso de la siquiatría. Sin el uso o la amenaza de fuerza la institución siquiátrica moriría: muchos siquiatras se encontrarían desempleados. ¡Ojalá y eso suceda! La siquiatría obtiene su autoridad y poder del estado con el fin de forzar, encarcelar, internar involuntariamente y amenazar a los individuos contra su voluntad.

La legislación de salud mental le da al siquiatra y a los médicos el poder de internar involuntariamente a cualquier persona que, después de sólo unos minutos de examen, ellos "crean" que es peligrosa para sí mismo o para los otros. Esto es algo problemático. La Ley de Salud Mental erróneamente supone que los doctores pueden predecir conductas violentas o peligrosas, algo que en realidad no pueden hacer. Debe señalarse que la ley de Salud mental de Ontario, así como las otras leyes a lo largo de Canadá y Estados Unidos, se encuentran legalmente sancionadas por el estado de usar la fuerza para detener o encarcelar a la gente por lapsos de días, semanas o años. Infortunadamente, nunca ha habido una protesta pública respecto al hecho que la gente juzgada o creída loca o peligrosa, pero sin que se les acuse de un crimen específico, puedan ser encerradas sin juicio legal (aquellos que son acusados de crímenes como asesinato o violación sí tienen derecho a un juicio legal). A esto se le llama detención preventiva: algo ilegal en Canadá y en otros países democráticos, pero legal y común en todos los estados policiacos y países comunistas. En lo personal, no sé de un litigio sobre este internamiento involuntario e inconstitucional: la detención preventiva.

En la siquiatría institucional de los países fascistas, el tratamiento forzado es la regla, no la excepción. El tratamiento forzado y los experimentos médicos tortuosos y terminales infligidos en miles de judíos, gitanos, prisioneros políticos, mujeres y niños fueron realizados en los campos de la muerte durante la segunda guerra mundial a través de los territorios de la Alemania nazi. Actualmente existe evidencia irrefutable que fueron los siquiatras alemanes, especialmente algunos prominentes profesores de siquiatría y jefes de departamentos de siquiatría, los responsables del programa T4: el asesinato masivo de más de doscientos mil pacientes y miles de niños incapacitados y adultos durante el holocausto. El término eutanasia y muerte misericordiosa para designar a este programa asesino es un eufemismo cruel.

Mucha de la siquiatría biologista, que en su mayor parte son conjeturas no probadas acerca de las causas biológicas y genéticas de la esquizofrenia y de otros trastornos mentales, puede rastrearse al siquiatría racista y eugensista del nazi Ernst Rudin, quien propagó el mito que la esquizofrenia es una enfermedad genética. Con otros cientos de siquiatras, Rudin programó el asesinato masivo de los prisioneros siquiátricos. Su trabajo aún se cita en algunos journals de siquiatría, tal como está documentado en el brillante libro de Lenny Lapon Asesinos en batas blancas: genocidio siquiátrico en la Alemania nazi. Lapon declara que varios siquiatras de la era nazi emigraron a Estados Unidos y Canadá y tuvieron éxito en endoctrinar a muchos de sus colegas en sus teorías racistas sobre la enfermedad mental. Heinz Layman, quien emigró a Canadá en 1937, fue el principal responsable para introducir la torazina y la clorpromazina, y propagó el uso de drogas siquiátricas en el Canadá.

Actualmente tenemos una epidemia de daño al cerebro causado por drogas siquiátricas debido parcialmente a Layman y a todos los doctores que les enseñó. En un artículo de 1954 Layman reconoció que la torazina era "un sustituto farmacológico de la lobotomía". A pesar de reconocer públicamente este dato alarmante, Layman nunca lo dejo de usar en muchos pacientes "esquizofrénicos" en el Hospital Douglas de Montreal. Layan también persuadió a Ewen Cameron que administrara clorpromazina y muchas otras drogas, además de cantidades masivas de electroshocks. La clorpromazina, considerada entonces una droga experimental, fue ampliamente usada en los infames experimentos de Cameron para lavarle el cerebro a mucha gente en el Instituto Memorial Allan en los 1950s y 1960s.

Si no hubo consentimiento informado en esos experimentos, tampoco lo hay ahora. En tiempos nazis los doctores no pedían permiso. De acuerdo a la ideología nazi, los sacrificados eran "comedores inútiles" o "sub-humanos". Ésta es la actitud mental que sigue reinando en la siquiatría biologista a lo largo de Norteamérica. Otro legado de la siquiatría de la Alemania nazi fue la amplia aceptación y justificación del abuso para someter a los pacientes rebeldes. En las instituciones siquiátricas los sujetadores físicos como correas, cuerdas, cinturones, esposas para manos y aislamiento solitario son usados no para tratar a la persona, sino para castigarla por desobediente o rebelde. Es el desplante desnudo de fuerza y amenazas contra los pacientes por el personal del hospital lo que se parece a la brutalidad del personal siquiátrico alemán durante el holocausto.

Fraude. Una cita muy pertinente de Leonard Frank, autor de Influencing minds, es ésta: "La mistificación es la defensa de la siquiatría del peligro que la descubran". Muchas de las etiquetas o diagnósticos usados por los siquiatras no se refieren a problemas siquiátricos o a enfermedades reales. El profesor de siquiatría Thomas Szasz ha sacado a la luz el fraude y el mito en el concepto de enfermedad mental en muchos libros, iniciando en el clásico El mito de la enfermedad mental. Esta mistificación es uno de los grandes escándalos científicos de nuestra época. Las palabras en boga en la siquiatría biologista como "antidepresivos" no le ayudan a la gente a vencer su depresión o de entender las causas de la misma. Asimismo, el término "cuarto silencioso" es una expresión fraudulenta de aislamiento solitario, y la palabra "medicación" también es un eufemismo engañoso de algo que en realidad es una sustancia tóxica a la que muchos de nosotros fuimos sometidos.

He tratado de mostrar aquí que la siquiatría institucional y coercitiva tiene una historia fascista y que la siquiatría biologista tal como se practica hoy día en los servicios siquiátricos en Canadá y en los Estados Unidos está basada en el temor, la fuerza y el fraude. La siquiatría no merece el apoyo público o gubernamental. Debemos trabajar para abolir a la siquiatría. También debemos seguir trabajando para crear grupos que promuevan la auto-ayuda, más centros "drop-in" y viviendas más económicas en nuestras comunidades. Necesitamos crear nuestras propias alternativas al monstruoso y maligno sistema de salud mental. Así nuestras vidas estarán bajo nuestro control. Este es nuestro trabajo, nuestro reto y nuestra esperanza.

Copyright 2001 por Don Weitz (usado con permiso)

El suicidio: un derecho civil.


Es común pensar acerca del suicidio. En su libro Suicidio, publicado en 1988, Earl Grollman dice: "Casi todo mundo ha contemplado el suicidio en un momento u otro de sus vidas" (Beacon Press, 2ª edición, p. 2). En su libro Suicidio, una decisión para siempre publicado en 1987, el sicólogo Paul Quinnett dice: "Las investigaciones han mostrado que una mayoría sustancial de gente ha considerado el suicidio en un momento de sus vidas, y lo han considerado seriamente" (p. 12). A pesar de esto, generalmente cerramos el entrecejo cuando alguien habla de suicidarse, y tales pensamientos por sí mismos son causa suficiente para una "hospitalización" involuntaria y un "tratamiento" siquiátrico, especialmente si la persona quiere realmente suicidarse y rehusa "terapias" que cambien su pensar. El hecho que en Estados Unidos se encarcele a la gente que piensa y habla del suicidio implica que, a pesar que la Constitución habla de libre expresión y a pesar que los americanos afirman que viven en un país libre, la realidad es que muchos si no es que la mayoría de los americanos no creen en estas libertades (además, rechazan el derecho del individuo a suicidarse).

A diferencia de este punto de vista, la aseveración que la gente no sólo tiene derecho a hablar de suicidarse, sino a suicidarse de hecho, ha sido hecha por muchos que creen en la libertad individual. En su libro Suicidio en Estados Unidos, publicado en 1982, el siquiatra Herbert Hendin dice: "En parte para responder a los que quieren prevenir el suicidio, en parte como reacción a abusos de internamiento, y principalmente por la idea de aceptar cualquier cosa que no haga daño físico a nadie, vemos el suicidio como un derecho humano fundamental. Muchos de los que abogan por esto deploran todo intento de prevenirlo como una interferencia con ese derecho. Esto es lo que expresó Nietzsche cuando escribió: ‘Existe un derecho por el cual podemos privar a un hombre de su vida, pero no existe ninguno con el que lo podamos privar de su muerte’. Tomado en su contexto social y sicológico, el suicidio es considerado por algunos como un tema de libertad individual exclusivamente" (Norton & Co., p. 209). En su libro La muerte de la siquiatría, publicado en 1974, el siquiatra Fuller Torrey dice: "No debiera ser posible internar a la gente contra su voluntad en hospitales mentales... Esto implica que tienen el derecho a matarse si lo desean. Eso es lo que creo" (Chilton Book Co., p. 180). En su libro ¿Por qué el suicidio? el sicólogo Eustace Chesser aseveró: "El derecho a escoger el tiempo y manera de la propia muerte me parece que debiera ser inexpugnable... En mi opinión el derecho a morir es la primera y más grande de las libertades humanas" (Arrow Books, 1968, pp. 123 & 125). En Sobre el suicidio, publicado en 1851, Arthur Schopenhauer dijo: "No hay nada en el mundo sobre lo que cada hombre tenga título más inexpugnable que su propia vida o persona" (citado en H.L. Mencken Nuevo diccionario de citas, Knopf, 1942, p. 1161). En una versión en audiocasette del libro Vida 101 publicado en 1990, John Roger y Peter Williams nos dicen: "Las descripciones de una gran cantidad de individuos apuntan a la posibilidad que la muerte podría no ser mala... El suicidio siempre es una opción. Es lo que algunas veces hace más tolerable la vida. El hecho de saber que no debemos estar aquí a la de a fuerzas hace que sintamos que estar aquí sea más llevadero". Susy Szasz, víctima de una enfermedad llamada lupus eritematoso, confirma esto en su libro Viviendo con ello: por qué no tienes que estar sano para ser feliz. Escribió ese libro después de un agudo brote de su enfermedad que hizo que contemplara el suicidio: "Como han dicho muchos filósofos de la antigüedad, encontré que la libertad misma de suicidarse era liberadora" (Prometheus Books, 1991, p. 226). En tiempos antiguos (ca. 485-425 a.C.) Herodoto escribió: "Cuando la vida es una carga para un hombre, la muerte se convierte en búsqueda de un refugio". En su libro Una lengua indomable, publicado en 1990, Thomas Szasz dice: "El suicidio es un derecho humano fundamental... la sociedad no tiene derecho a intervenir por la fuerza con la decisión de una persona de cometer ese acto" (Open Court, pp. 250s).

A estas declaraciones de apoyo al derecho de suicidarse añadiré la propia. En una sociedad libre tu vida te pertenece, y tu única obligación es respetar los derechos de otros. Creo que todos hemos de ser tratados como los únicos dueños de nosotros mismos y de nuestras vidas. Por lo mismo, creo que una persona que se suicida tiene todo el derecho de hacerlo siempre y cuando que ella (o él) lo haga en privacidad y sin poner en peligro la seguridad física de los demás. Los miembros de la familia, los oficiales de policía, los jueces y los "terapeutas" que interfieren con la decisión de una persona para terminar su vida están violando sus derechos. La opinión común que la posibilidad del suicidio justifica el tratamiento siquiátrico, aún contra la voluntad del suicida en potencia, está equivocada. Suponiendo que la persona en cuestión no viole los derechos de otros, su autonomía es de mayor valor que la imposición de lo que otros consideren racional, o que, como dicen, que esté "en los mejores intereses" de tal persona. En una sociedad libre que reconoce que uno se pertenece, lo que dicen los siquiatras — "su conducta representa un peligro para sí mismo" — es irrelevante. En palabras de una película con Richard Dreyfuss: "¿Por fin, a quién pertenece la vida?" El más grande de los derechos humanos es el derecho a pertenecerse uno mismo. Un aspecto de tal derecho es el derecho a vivir, pero otro aspecto es el derecho a poner fin a la propia vida. El que una persona apoye este derecho es una "prueba de tornasol" para saber si cree o no que uno se pertenece a sí mismo y la libertad individual que conlleva: libertad que, se nos ha enseñado, es la razón de ser de la democracia americana.

Una razón por la que algunos se oponen al derecho de suicidarse es la creencia teológica que se expresa de esta manera: "Dios te dio la vida y sólo Dios tiene el derecho a quitártela". El usar este razonamiento para interferir con el derecho a suicidarse de una persona es imponer creencias religiosas a quien puede que no comparta tales creencias. En Estados Unidos, donde supuestamente tenemos libertad de religión (y libertad de no tenerla), esto está mal.

Otra razón por la que algunas personas creen que es ético interferir con el derecho de pensar en suicidarse es la creencia en la enfermedad mental. Pero un llamado diagnóstico de "enfermedad mental" es un juicio de valor sobre el pensamiento o conducta de esa persona, no un diagnóstico cerebral real. Las llamadas enfermedades mentales no privan a la gente del libre albedrío, al contrario: son una expresión del libre albedrío (libertad que precisamente trae como consecuencia la desaprobación de otras personas). Aquellos que le llaman "irracionales" a las creencias de otras personas, están, sin evidencia apropiada, aceptando la idea que la enfermedad mental es algo cerebral, o están rehusando aceptar las creencias de otros sólo porque difieren de las suyas.

Por otra parte, algunas veces la gente se opone al derecho a suicidarse porque creen en un concepto de "enfermedad mental" que nada tiene que ver con lo biológico. El error con esta manera de pensar consiste en que sin anomalía biológica la única manera posible de definir algo característico a una enfermedad mental es desaprobar algunos aspectos de la mentalidad o pensamiento de una persona. Pero en una sociedad libre no debiera importar que tal pensamiento no se acate a la aprobación de otros (siempre y cuando las acciones no violen los derechos de otros).

Lo que es más, no existe buena evidencia de que alguna enfermedad mental se encuentre involucrada en la decisión de una persona en suicidarse. En su libro acerca del suicidio entre adolescentes, Marion Crook dice que "los adolescentes que consideran suicidarse no necesariamente están trastornados; de hecho raramente se encuentran trastornados" (Guía de todo padre para entender a adolescentes & el suicidio, Int’l Self-Counsel Press, Ltd., Vancouver, 1988, p. 10). El sicólogo Paul Quinnett hace la siguiente observación en su libro Suicidio, una decisión para siempre: "Como ya hemos dicho, no tienes que estar enfermo mentalmente para matarte. De hecho, la mayoría de la gente que se suicida no se encuentra legalmente ‘loca’, razón por la que surge una interesante paradoja. Para evitar que te mates, mis colegas irán al juzgado para decir que, debido a una enfermedad mental, tú representas un peligro para ti mismo y necesitas tratamiento. Pero — y esto es lo paradójico — tú puedes, en cuestión de algunas horas o un par de días, levantarte un día y decir: ‘A fin de cuentas he decidido no matarme’. Y si puedes convencernos que eres sincero te dejaremos irte del hospital para regresar a casa. La pregunta es: ¿ya estás completamente curado de la llamada enfermedad mental? Obviamente no, ya que es muy posible que nunca fuiste un ‘enfermo mental’ desde el principio... Como he dicho, no creo que tengas que ser un enfermo mental para pensar en el suicidio" (pp. 11s). La declaración del Dr. Quinnett es una clara admisión que los alegatos de enfermedad mental para justificar encarcelamientos a suicidas es una deshonestidad deliberada, incluso desde el punto de vista de la definición de enfermedad mental que existe en las mentes de los profesionales. A pesar que saben que lo que dicen es falso, ellos dicen esas cosas ya que las leyes del internamiento siquiátrico involuntario requieren de una "enfermedad mental" antes de llevar a cabo el internamiento. El hacer estas falsas acusaciones en un juzgado para entorpecer un suicidio es una manera de evitar enfrentar el hecho que encarcelar a la gente sólo porque éstos creen que sus vidas no valen la pena es una forma de autoritarismo o despotismo. En el caso de aquellos que sólo han pensado suicidarse sin intentarlo, encarcelar por un simple "crimenpensar" es similar al ilustrado por George Orwell en su novela 1984.

Incluso a aquellos que se oponen al derecho al suicidio porque creen en la enfermedad mental se les puede hacer entender lo erróneo de sus teorías biológicas (o no biológicas) preguntándoles si estarían dispuestos a vivir de estar sufriendo una enfermedad mortal, con un intolerable dolor que no se puede controlar además de estar paralizado del cuello abajo sin chance alguno de recuperarse. Una vez que esta persona admita que existe una circunstancia en que escogería morir, entonces puede visualizar el suicidio como el resultado de un juicio personal sobre sus circunstancias, más bien que una malfunción biológica o del cerebro (o como enfermedad mental no biológica pero "enfermedad" a fin de cuentas).

A pesar de todo lo dicho, algunos podrían aún tener la impresión que es correcto usar la fuerza para prevenir el suicidio dada la creencia que el verdadero deseo del potencial suicida es temporal, y que tal impulso se irá si se le fuerza a vivir un corto tiempo hasta que le pase la crisis. Los que así opinan suelen reconocer que alguien sí tiene derecho a suicidarse si no está actuando impulsivamente. Pero la evidencia indica que muy pocos (si es que alguno) de los que se suicidan lo hacen impulsivamente. Como dijo Earl Grollman en su libro (donde por cierto se opone al derecho de suicidarse): "El suicidio no ocurre de pronto, impulsiva o inpredeciblemente" (op. cit., p. 63). A su vez, en su libro el sicólogo Paul Quinnett dice: "He hablado con cientos de personas que se quieren suicidar... Si pudiera adivinar qué ha habido dentro de tu cabeza y corazón, diría que has tenido largas y difíciles discusiones contigo misma acerca de si vivir o no" (op. cit., pp. 18s). Más bien que ser impulsivo, el suicidio es algo que la gente hace después de pensársela mucho sobre lo que consideran intolerable en sus circunstancias vivenciales.

La justificación común de encarcelar y "tratar" a los que quieren suicidarse es que éstos "son un peligro para sí mismos". Pero incluso aquellos que no están de acuerdo con el principio de pertenecerse a uno mismo deben preguntarse: ¿peligro para sí mismos a ojos de quien? Para el que juzga desde afuera, el suicidio parece dañino para la persona que termina con su vida. Pero ésa no es la manera como lo ve la persona que se suicida. Ésta lo hace porque sabe que el continuar viviendo en sus circunstancias particulares es un perjuicio mayor que la muerte. Esto se ve claro en la autobiografía de la editora de Life, Francis Lear, La segunda seducción: "SIEMPRE TENGO una salida, una dosis de litio suficiente para matar no por amor a Dios o estar lisiada. Una que se suicida simplemente se sale, se sale, se escabulle, huye y no regresa en ruinas o se queda aún con la habilidad de sentir. Una no se va a medias. El suicidio tiene muchas consecuencias: lastimará a los que te quieren, salpicará a los que están en la banqueta, pero su objeto, la razón de su magnetismo, es que es la única manera garantizada y segura de destruir, bombardear, detonar una masa crítica de sufrimiento. Reducido a su pura esencia, el suicidio es un sistema de transporte que nos mueve del dolor a la ausencia de dolor. Si los dioses maquinan contra nosotros y si los planetas están confundidos y la tierra se abre debajo de nosotros, siempre debemos tener una forma de salida" (Harper-Perennial, 1992, p. 26). Como dice el Dr. Eustace Chesser en su libro: "El suicidio es un rechazo deliberado de aceptar las únicas condiciones en que es posible seguir viviendo" (op. cit., p. 122).

Aunque las razones de una persona para escoger la muerte pueden tener o no sentido para otras personas, se supone que esto no debe importar en una sociedad libre: es una determinación muy subjetiva y personal, y además ¿cómo puede alguien decir que el suicida está tomando una "mala" decisión si no sabe cómo se siente en sus adentros? Como dice el siquiatra William Glasser en su libro Adicción positiva: "Debemos tener en mente que jamás podremos sentir el dolor de otra persona" (Harper & Row, 1976, p. 8). En términos generales estoy de acuerdo con la aseveración del siquiatra Mark Gold que "el suicidio es una solución permanente a un problema temporal" (Buenas noticias acerca de la depresión, Bantam Books, 1986, p. 290). Sin embargo, la determinación de si es bueno sufrir un presente miserable con la esperanza de un posible futuro mejor, es un juicio de valor. El que una persona pueda legítimamente esperar un mejor futuro no justifica que otros escojan por ella un presente intolerable. Nadie debe sentirse poseedor del derecho a invalidar por la fuerza el juicio de valor de una persona o sus decisiones sobre algo tan personal.

Otro factor a considerar es que, contrariamente a su afirmación que previenen el suicidio, los profesionales de salud mental inadvertidamente lo promueven. David Greenberg, sicólogo de la Universidad de Nueva York, dice que los estudios sobre prevención del suicidio "han sido o inconsistentes o negativos" y sugiere que "el internamiento no necesariamente previene el suicidio sino que, de hecho, resulta en más suicidios" ("Internamiento siquiátrico involuntario para prevenir el suicidio", en la revista New York Univ. Law Review, mayo-junio 1974, p. 256, énfasis en el original). Tomemos en cuenta el daño que causan los "tratamientos" de la siquiatría, la crueldad del tipo de vida en las instituciones siquiátricas y los efectos que produce el estigma: baja autoestima y discriminación para estudiar o encontrar trabajo. Todo esto no hace sino incrementar los índices de suicidio comparado con otros suicidas potenciales que no son tratados siquiátricamente. Así que reconocer el derecho a suicidarse no sólo respeta la libertad individual sino que previene el daño y crueldad que son comunes en los "tratamientos" a quienes quieren hacerlo.

En los juzgados es común que se discutan las decisiones judiciales sobre el derecho a morir. En su libro Muerte con dignidad el abogado Robert Risley señala que, en términos generales, "los casos de los juzgados establecieron claramente el derecho a la integridad del cuerpo, confirmando que el derecho básico de autodeterminación incluye el derecho a morir, y que éste invalida el deber del estado de preservar la vida" (Hemlock Society, Eugene, Oregon, 1989, p. viii).

En el caso Cruzan v. Missouri de 1990 (497 U.S. 261), la Suprema Corte abordó el problema de si la constitución americana protege el derecho a morir. En palabras de la revista Time, en este caso la corte "declaró por vez primera que realmente existe el derecho a morir" (9 julio 1990, p. 59). De los nueve jueces, todos excepto el juez Scalia reconoció el derecho a morir como un derecho federal constitucional. En su discusión, Scalia debatió vigorosamente el punto de vista de los otros ocho jueces arguyendo que tal decisión apoyaba el derecho a suicidarse, pero en este aspecto estuvo solo en la corte.

Como la lógica de estos casos es que la gente tiene derecho a la autodeterminación, misma que incluye el derecho a morir, los jueces están de acuerdo con mi aseveración que el suicidio es un derecho civil a pesar que, en el presente, tal derecho sólo se acepta en casos de gente con enfermedades físicas o minusvalidez que estén lo suficientemente conscientes para expresar el deseo a morir, o que cuando estén sanos expresen que querrían morir en tales circunstancias. En muchos casos esta justificación es solamente una excusa que encubre la verdadera razón. Si la única razón para permitir la muerte fuera el deseo de la persona enferma o inválida, no existiría el internamiento siquiátrico involuntario a quienes se sientes suicidas. La verdadera razón que se permite morir en las circunstancias mencionadas arriba es que los enfermos o inválidos son una carga para otros. En otras palabras, así como a la gente sana que se siente suicida se les encarcela supuestamente por su beneficio, cuando sale a la luz la verdadera y egoísta razón (aligerarle una carga a la sociedad), se les permite morir también por su supuesto beneficio. A pesar de esto, la opinión jurídica que sostiene el derecho a morir subraya la autonomía y autodeterminación como fundamento de la decisión y, por lo mismo, ratifica mi criterio que cada uno de nosotros somos nuestros únicos dueños — dueños de nuestros cuerpos y de nuestras vidas. Estos jueces ratifican mi criterio que el derecho de suicidarse es un derecho civil.

Si eres un legislador que estás de acuerdo con el derecho a pertenecerse a uno mismo, debes introducir una legislación que borre referencias como "un peligro para sí mismo" en las leyes de internamiento siquiátrico en tu estado. Si eres un juez que decide cuestiones sobre la ley constitucional, debes señalar como no constitucionales las leyes que encarcelan ("hospitalizan") a la gente sólo porque supuestamente se encuentran en peligro para sí mismos. Quien sea que fueres, debes respetar la autonomía de tus semejantes cuya conducta no daña legalmente a otros.

EL AUTOR, Lawrence Stevens, es un abogado cuya práctica incluye representar a "pacientes" siquiátricos. Sus folletos no están registrados en las oficinas de derechos de autor. Se te invita a sacarles copias para distribuirlas a aquellos que creas que se puedan beneficiar.

Drogas siquiátricas: ¿medicina o curanderismo?


Las drogas siquiátricas son inútiles y la mayoría de ellas dañinas. Muchas causan permanentes daños cerebrales en las dosis que comúnmente se dan. Las drogas siquiátricas y la profesión que las promueve son un peligro para su salud.

ANTIDEPRESIVOS

El Libro de texto comprensivo de siquiatría IV dice: “Las drogas de tipo triciclo[1] son el tipo más efectivo de antidepresivos” (Williams & Wilkins, 1985, p. 1520). Pero en su libro Venciendo a la depresión el Dr. Andrew Stanway dice: “Si las drogas antidepresivas fueran realmente tan efectivas como se anuncia, los índices de ingreso a hospitales por depresión habrían disminuido los últimos veinte años en que han estado disponibles. Desgraciadamente, esto no ha ocurrido.... Muchas pruebas han mostrado que los triciclos apenas son más efectivas que los placebos, e incluso se ha encontrado que algunos no son tan efectivos que ese tipo de placebos o pastillas falsas” (Hamlyn Publ., 1981, pp. 159s). En su libro de texto Terapia electroconvulsiva, el Dr. Richard Abrams, profesor de siquiatría en la Escuela Médica de Chicago, explica la razón por la que actualizó su libro: “En estos seis años ha aumentado el interés en el ECT.[2] ¿Qué ha causado este cambio de actitud en la siquiatría americana? Quizás el desencanto con los antidepresivos. No se ha encontrado que ninguno sea terapéuticamente superior a la imipramina [un triciclo], que ya tiene treinta años, y los compuestos introducidos recientemente son menos efectivos o más tóxicos que las drogas de antaño (Oxford Univ. Press, 1988, p. xi). Abrams añade que “a pesar de los alegatos de los fabricantes, ningún progreso significativo en el tratamiento farmacológico de la depresión ha ocurrido desde la introducción de la imipramina en 1958” (p. 7). En el prólogo al libro de Abrams, el Dr. Max Fink, profesor de la Universidad de Nueva York en Stony Brook, mencionó la razón por la que el uso de la “terapia” del ECT ha incrementado para la depresión: se debe a lo que llama “desilusión de la eficacia de las drogas sicotrópicas” (p. vii). En su libro Drogas siquiátricas: un peligro para el cerebro, el Dr. Peter Breggin asevera: “La cuestión más importante sobre los antidepresivos más usados es que no producen un efecto específico. De igual manera que los neurolépticos hacia los que están emparentados, son altamente neurotóxicos e inhabilitantes del cerebro y logran su impacto por medio de interrumpir el funcionamiento normal del cerebro... Sólo la ‘opinión clínica’ de los que promueven estas drogas habla de efectos antidepresivos” (Springer Publ. Co., 1983, pp. 160 & 184). Un artículo de Newsweek dice que “el Prozac... y sus primos químicos Zoloft y Praxil no son más efectivos que los tratamientos anteriores de la depresión” (7 febrero 1994, p. 41). La mayoría de la gente con la que he hablado que han tomado antidepresivos, incluyendo Prozac, dicen que esas medicinas no les funcionaron. Esto arroja dudas sobre la afirmación que el sesenta por ciento de la gente que toma medicamentos supuestamente antidepresivos se mejora.

LITIO

Se dice que el litio ayuda a la gente cuyos humores cambian repetidamente de encontrarse en júbilo a desalentado y otra vez a júbilo, etc. Los siquiatras le llaman a esto trastorno maníaco depresivo o trastorno bipolar. El litio se prescribió por primera vez como droga siquiátrica en 1949 por un médico australiano, John Cade. De acuerdo con un texto de siquiatría: “Mientras experimentaba con animales, incidentalmente Cade notó que el litio hacía más letárgicos a los animales, de manera que comenzó a administrarle esta droga a los pacientes agitados”. El texto describe éste como “un momento crucial en la historia de la sicofarmacología” (Harold Kaplan y Benjamin Sadock, Siquiatría clínica, Williams & Wilkins, 1988, p. 342). Sin embargo, si no quieres encontrarte letárgico, tomar litio difícilmente te traerá beneficios. Una persona que cree en la terapia del litio admitirá que causa “un sentimiento ligeramente depresivo y generalmente letárgico” y le llamará “letargia estándar” causada por litio (Roger Williams, “¿Una decisión precipitada?: enfrentando las secuelas de un episodio maníaco depresivo” en la revista American Health, octubre 1991, p. 20). De igual manera, uno de mis parientes fue diagnosticado de maníaco depresivo y le dieron carbonato de litio. Años después me dijo: “El litio me sacó de encontrarme arriba pero no de las bajas”. No debe sorprender que una droga que induce letargia tenga este efecto. Increíblemente, algunas veces los siquiatras afirman que el litio mantiene al margen los sentimientos de depresión a pesar que el litio, como la mayoría de medicamentos siquiátricos, producen sentimientos de desgano e infelicidad (a pesar que se llamen “antidepresivos”).

TRANQUILIZANTES MENORES / MEDICAMENTOS CONTRA EL ANSIA

Entre las drogas siquiátricas más usadas están los llamadas tranquilizantes menores: Valium, Librium, Xanax y Halcion. Los médicos que las prescriben dicen que poseen un efecto calmante contra la ansiedad y que suprime estados de pánico, o que son buenas para dormir. Cualquier persona que crea esas cosas debe ir a la biblioteca más cercana y leer el artículo “Ansiedad alta” en la revista Consumer Report (enero 1993) o el capítulo 11 de Siquiatría tóxica del Dr. Peter Breggin (St. Martin Press, 1991): ambos documentos afirman lo opuesto. Como la mayoría de las drogas siquiátricas, los llamados tranquilizantes menores no curan nada sino son meramente drogas que bloquean el funcionamiento cerebral. En ciertas pruebas clínicas para un juicio, el 70 por ciento de las personas que toman Halcion “desarrollaron pérdida de memoria, depresión y paranoia” (“La compañía Upjohn defiende una controversial droga para dormir” en Miami Herald, 17 diciembre 1991, p. 13A). De acuerdo a Newsweek (17 febrero 1992) “cuatro países han prohibido completamente ese medicamento” (p, 58). En Siquiatría tóxica, Breggin, hablando de los tranquilizantes menores, dijo: “Como la mayor parte de los medicamentos siquiátricos, el uso del medicamento eventualmente causa un incremento en los mismos síntomas que se supone la droga debe aminorar.

MEDICAMENTOS SIQUIÁTRICOS CONTRA EL SUEÑO: EL SUEÑO DISTINGUIDO DE INCONCIENCIA INDUCIDA POR MEDICAMENTOS

Contrariamente al alegato que los tranquilizantes mayores y menores y los antidepresivos son buenos para dormir, el efecto es bloquear el verdadero sueño. Cuando presenciaba clases de siquiatría con un amigo estudiante, el profesor nos dijo: “Las investigaciones han mostrado que no necesitamos dormir, pero necesitamos soñar”. La fase del sueño es la parte crítica. La mayoría de las drogas siquiátricas, incluyendo las promovidas como medicamentos para dormir o tranquilizarse, inhiben la fase del soñar induciendo un estado que parece sueño pero que en realidad es un estado inconsciente sin sueños. En otras palabras, el sueño es una importante actividad mental que es detenida con la mayoría de las drogas siquiátricas. Una revista de autoayuda aconseja: “No tomes pastillas para dormir a menos que te las prescriba un médico, y aún así no más de diez noches consecutivas. Además de perder su efectividad y convertirse en adictivas, los medicamentos que inducen el sueño reducen o previenen el estado del sueño necesario para la salud mental” (revista Going Bankers?, primer número, p. 75). En El libro del cerebro, Peter Rusell, profesor de la universidad de Rhode Island, dice: “Al dormir, especialmente en los períodos del sueño, las proteínas y otros químicos que el cerebro usa en el día se abastecen con creces” (Plume, 1979, p. 76). Experimentos sobre privación del sueño en gente normal muestran que causa alucinaciones si se continúan por el tiempo suficiente (Maya Pines, Los modificadores del cerebro, Harcourt Brace Jovanovich, 1973, p. 105). Éstas son realmente las consecuencias de tomar drogas que inhiben o bloquean el verdadero sueño.

LOS TRANQUILIZANTES MAYORES / NEUROLÉPTICOS / ANTISICÓTICOS / ANTIESQUIZOFRÉNICOS

Todo lo dicho sobre los antidepresivos siquiátricos, el litio y los llamados agentes contra el ansia (los tranquilizantes menores) no es nada comparado con los tranquilizantes mayores, algunas veces llamados “antisicóticos”, “antiesquizofrénicos” o “neurolépticos”. Incluidos en esta categoría tenemos a Thorazine (clorpromazina), Mellaril, Prolixin (flupenazina), Compazine, Stelazine, Haldol y muchos otros. En términos de sus efectos sicológicos, estos llamados tranquilizantes mayores causan miseria, no alivio.

Físicamente y neurológicamente aniquilan la habilidad de pensar y actuar, incluso en dosis comunes. Al inhabilitar a la gente, pueden detener casi cualquier pensamiento o conducta que el “terapeuta” desee detener. Pero esto es simplemente deshabilitar a la gente, no terapia. La droga temporalmente deshabilita o destruye tanto una buena parte de la personalidad de una persona como la mala. Hasta qué grado la deshabilitación que impone la droga pueda superarse al discontinuar su uso depende de por cuanto tiempo se haya administrado, y a qué dosis. Las drogas llamadas tranquilizadores mayores o antisicóticos o neurolépticos dañan el cerebro más clara, severa y permanentemente que cualesquier otras usadas en siquiatría. Los doctores Joyce e Iver Small, profesores de siquiatría en la Universidad de Indiana, critican a los siquiatras que usan “medicamentos sicoactivos que se sabe tienen efectos neurotóxicos”, y hablan de que cada vez se “incrementa el reconocimiento sobre los perjuicios a largo plazo, y a veces irreversibles, en el funcionamiento cerebral inducido por las drogas neurolépticas. En estos casos la evidencia de daño cerebral no es sutil sino patente a todas luces ¡incluso para un observador casual!” (Ciencias de la conducta y del cerebro, marzo, 1984, p. 34). De acuerdo al Dr. Conrad Swartz, profesor de siquiatría en la Escuela Médica de Chicago: “Si bien los neurolépticos alivian la ansiedad sicótica, su efecto tranquilizante aplana los finos detalles de la personalidad incluyendo la iniciativa, la reactividad emocional, el entusiasmo, la conducta sexy, el estado de alerta... Esto sucede además de reacciones colaterales como movimientos involuntarios que pueden ser permanentes, mismos que evidencian el daño cerebral” (Ciencias de la conducta y del cerebro, marzo, 1984, pp. 37s). Un reporte de 1985 en Reporte de leyes de minusvalidez mental y física indica que por fin las cortes de Estados Unidos han comenzado a considerar que la administración involuntaria de neurolépticos involucra los derechos invocados en la Primera Enmienda debido a que “las drogas antisicóticas tienen la capacidad de afectar severa y permanentemente la habilidad de un individuo de pensar y comunicarse” (“Prosiguen las demandas sobre medicación involuntaria”, enero/febrero, 1985, p. 26, énfasis añadido). En Moléculas de la mente: la nueva ciencia de la sicología molecular, el profesor Jon Franklin observó: “Esta era coincidió con una mayor conciencia que los neurolépticos no sólo no curan la esquizofrenia, sino que en realidad causan daño cerebral. De repente, se vio a los siquiatras que los usan, y a los pacientes marginados de la sociedad, como nazis o algo peor (Dell Publ. Co., 1987, p. 103). En su libro Drogas siquiátricas: un peligro para el cerebro, el Dr. Peter Breggin dice que al usar estos medicamentos que causan daño cerebral “la siquiatría ha desatado una epidemia neurológica en el mundo”, misma que “alcanza de uno a dos millones de personas por año” (op. cit., pp. 108s). En casos severos, el daño producido pos neurolépticos es evidenciado por movimientos anormales llamados discinesia tardía. Sin embargo, esta enfermedad es sólo la cresta del iceberg del daño causado por neurolépticos. Las altas funciones del cerebro son más vulnerables y son perjudicadas antes de las funciones cerebrales elementales como el control motriz. El profesor de siquiatría Richard Abrams reconoce que “se ha reportado que la discinesia tardía ocurre después de algunas pocas tomas de neurolépticos” (citado en Benjamin Wolman, El manual del terapeuta, Van Nostrand Reinhold, 1976, p. 25). En su libro La nueva siquiatría el Dr. Jerrold Maxmen de la Universidad de Columbia dice: “La mejor manera de evitar la discinesia tardía es evitar los antisicóticos del todo. Excepto para el tratamiento de la esquizofrenia jamás deberían usarse por más de dos o tres meses consecutivos. Lo que es criminal es que demasiados pacientes que no deben recibir antisicóticos los tomen (Mentor, 1985, pp. 155s). ¡Pero el Dr. Maxmen no va lo suficientemente lejos! Su caracterización de administrar los llamados antisicóticos como “criminal” es acertada si nos referimos a todas las personas — incluyendo a los llamados esquizofrénicos — aun si los neurolépticos no se administrasen el suficiente tiempo para causar discinesia tardía. El autor del prefacio de un libro de cuatro médicos dijo lo siguiente: “A final de los 1960s resumí la literatura sobre discinesia tardía... La mayoría de los siquiatras o ignoraron la existencia del problema o intentaron inútilmente demostrar que estas anormalidades motoras eran clínicamente insignificantes, o que no tenían que ver con la droga. Mientras tanto el número de pacientes afectados incrementó, así como los síntomas de los que la padecían... Existen pocos investigadores o clínicos que aún duden de la naturaleza yatrogénica [causada por el médico] de la discinesia tardía... Es evidente que mientras más se sabe acerca de los efectos tóxicos de los neurolépticos en el sistema nervioso central, más se ve la necesidad de modificar nuestras prácticas comunes de los mismos. Es muy desafortunado que muchos doctores continúen prescribiendo sicotrópicos en cantidades excesivas, y que un número considerable de instituciones mentales no tienen políticas respecto al manejo y prevención de la discinesia tardía. Si este libro que refleja las opiniones de expertos en el campo puede hacer una mella en la complacencia de muchos siquiatras, no será un logro menor (citado en William Fann et al., Discinesia tardía: investigación y tratamiento, SP Medical & Scientific, 1980). En Drogas siquiátricas Peter Breggin dice: “Los tranquilizantes mayores son drogas altamente tóxicas; son venenos para varios órganos del cuerpo. Son neurotoxinas especialmente potentes, y es común que produzcan daño permanente en el cerebro... La discinesia tardía puede desarrollarse en pocas dosis y en lapsos cortos de tiempo... Generalmente, la demencia [pérdida de las altas funciones mentales] asociada comúnmente con la discinesia tardía no es reversible... Pocas veces me he sentido más triste y abatido que cuando veo la negligencia siquiátrica sobre la evidencia que está causando efectos lobotomizantes irreversibles, sicosis y demencia en millones de pacientes como resultado estos tranquilizantes mayores (op. cit., pp. 70, 107, 135, 146).

El profesor de siquiatría Richard Abrams ha señalado que: “Los antidepresivos de tipo triciclo son ligeras modificaciones químicas de la clorpromazina [conocida en el mercado como Thorazine], y fueron introducidas como potenciales neurolépticos” (citado en El manual del terapeuta, op, cit., p. 31). Asimismo, en Drogas siquiátricas el Dr. Breggin le llama a los antidepresivos “tranquilizantes mayores enmascarados” (p. 166). El siquiatra Mark Gold ha dicho que los antidepresivos también pueden causar discinesia tardía (Buenas noticias sobre la depresión, Bantam, 1986, p. 259).

¿Por qué los llamados pacientes aceptan tales “medicinas”? Algunas veces lo hacen por ignorancia acerca del daño neurológico al que se someten por seguir las indicaciones del siquiatra. Pero muchas ocasiones los neurolépticos son forzados en los cuerpos de los “pacientes” contra su voluntad. En su libro Drogas siquiátricas Breggin dice: “Una y otra vez en mi experiencia clínica he presenciado pacientes al borde de la angustia y la indignación porque les forzaron neurolépticos... El problema es tan rutinario en el hospital que un gran porcentaje de pacientes tienen que ser amenazados con inyecciones para que accedan tomarlos” (p. 45).

EL TRATAMIENTO SIQUIÁTRICO FORZOSO ES COMO UNA VIOLACIÓN

La administración de medicamentos siquiátricos (o un llamado tratamiento de electroshock) es una especie de tiranía que puede compararse, física y moralmente, con la violación. Comparemos la violación sexual con la administración involuntaria de una medicina inyectada intramuscularmente en las nalgas, que es donde suele darse. Tanto en la violación sexual como en la administración involuntaria de drogas siquiátricas, la fuerza es usada. En ambos casos, los pantalones de la víctima se bajan. En ambos casos, un tubo es insertado en el cuerpo de la víctima contra su voluntad. En el caso de la violación, el tubo es el pene. El caso de lo que podemos llamar violación siquiátrica, el tubo es la jeringa. En ambos casos un fluido es inyectado en el cuerpo de la víctima contra su voluntad. En ambos casos se encuentra en, o cerca de, la parte trasera. En el caso de la violación, el fluido es semen. En el caso de la violación siquiátrica, el fluido es Thorazine, Prolixin u otra droga inhabilitante del cerebro. El hecho es que la invasión corporal es similar en ambos casos (si no es que peor en el caso de la violación siquiátrica como explicaré en breve) y así es percibido en la mente de la víctima de cualquiera de estos dos asaltos. Como dijo el profesor de siquiatría Thomas Szasz: “La violencia es violencia independientemente de si la llamemos tratamiento de una enfermedad mental”. Algunas personas no hospitalizadas (es decir, encarceladas) son forzados a reportarse a un doctor para recibir inyecciones que actúan sobre un largo período, como Prolixin, cada dos semanas bajo amenaza de encarcelamiento (“hospitalización”).

Pero ¿porqué es peor la violación siquiátrica que la sexual? Como dijo el cirujano I.S. Cooper en su autobiografía: “Es tu cerebro el que ve, siente, piensa, ordena y responde. Tú eres tu cerebro. De trasplantarse a otro cuerpo, tu cerebro mantendría tus memorias, pensamientos y emociones. Seguiría siendo tú mismo. El cuerpo nuevo sólo sería una vasija; el cerebro te llevaría a un lado y a otro. Tu cerebro eres tú” (El examen vital: mi vida como cirujano del cerebro, Norton & Co., 1982, p. 50, énfasis en el original).

La parte más esencial e íntima de ti no es lo que tienes entre tus piernas, sino lo que tienes entre tus orejas. Un asalto al cerebro de una persona como un “tratamiento” inhabilitador (como drogas sicoactivas, electroshock o sicocirugía) es más íntimo y moralmente más horrible que la violación sexual. Además hay otra razón por la que, en términos morales, la violación siquiátrica es peor que la violación sexual: causa lesiones permanentes en el funcionamiento cerebral. En contraste, en términos generales las mujeres se encuentran con una vida sexual funcional después de haber sido violadas (sufren de daño sicológico, pero también lo sufren las víctimas del asalto siquiátrico). No se vaya a creer que no se creerá que estoy menospreciando el trauma de la violación sexual. De hecho, he asesorado a mujeres asaltadas sexualmente como abogado y sé que cada una de la media docena de mujeres que conozco que han sido violadas posteriormente han tenido una vida sexual normal, y en la mayoría de los casos se han casado y formado familias. En contraste, los cerebros de aquellos sometidos a asaltos siquiátricos no son tan funcionales como antes debido al daño físico que les ha hecho el “tratamiento”. En un talk-show televisivo de 1990, Jeffrey Masson dijo que espera que los responsables de tales “terapias” lleguen un día a enfrentar un juicio de Nuremberg (Geraldo, 30 noviembre 1990).


DROGAS QUE DAÑAN EL CEREBRO SE LES DAN A ANCIANOS EN ASILOS

Estos mismos neurolépticos llamados antisicóticos que dañan el cerebro se administran involuntariamente a ancianos sanos en los asilos de Estados Unidos. De acuerdo a un artículo de revista: “En los asilos los antisicóticos son usados entre el 21 y el 44 por ciento de los ancianos... la mitad de los antisicóticos que se prescriben a los residentes de estos asilos no pueden explicarse en el diagnóstico que se le ha hecho al paciente. Los investigadores sospechan que es común que se usen drogas en esas instituciones como camisas de fuerza químicas: una manera de pacificar a pacientes difíciles (In Health, septiembre/octubre 1991, p. 28). Conozco dos casos de ancianos endebles en asilos que apenas eran capaces de levantarse de la silla de ruedas a quienes se les dio un neuroléptico. Uno se quejó porque que quedó en la silla de ruedas y no pudo caminar con su bastón; el otro se quedó en cama porque no pudo levantarse para al ir al baño, por lo que se defecó en la cama. Aunque ambos estaban tan incapacitados físicamente que no representaban un daño para nadie, osaron quejarse amargamente acerca de cómo fueron tratados. En ambos casos los enfermeros respondieron inyectándoles el neuroléptico Haldol que los incapacitó mentalmente, imposibilitando que se volvieran a quejar. El uso de estas dañinas drogas en asilos de ancianos que no se consideran pacientes siquiátricos muestra que el verdadero propósito de los neurolépticos es el control, no la terapia. Las afirmaciones que estas drogas son terapéuticas es una racionalización sin soporte en los hechos.



ESTUDIOS SUPUESTAMENTE DOBLE CIEGOS SON TENDENCIOSOS [3]

Estudios que indican que los medicamentos siquiátricos ayudan son de dudosa credibilidad debido a que la profesión misma es tendenciosa. Todos o casi todos los medicamentos son neurotóxicos y por esta razón ocasionan síntomas y problemas como boca seca, visión borrosa, mareos, letargia, dificultad para pensar, irregularidades menstruales, retención urinaria, palpitaciones y otras consecuencias de disfunción neurológica. Engañosamente, los siquiatras les llaman “efectos colaterales” incluso si son los únicos efectos reales que produce el medicamento siquiátrico. Los placebos (cápsulas de azúcar) no causan estos problemas. Como estos síntomas o la ausencia de los mismos son manifiestos, evaluar los medicamentos siquiátricos en supuestas pruebas “doble ciegas” significa que no son realmente doble ciegas, haciendo imposible evaluar tales medicamentos imparcialmente. Esta situación hace que el espíritu tendencioso en la profesión esté dando resultados parciales.



MODOS DE ACCIÓN: DESCONOCIDOS

A pesar de diversas teorías y afirmaciones no comprobadas, los médicos no saben cómo las drogas que usan actúan biológicamente. En palabras de Jerrold Maxmen, profesor de siquiatría en la Universidad de Columbia: “Cómo funcionan los medicamentos sicotrópicos no está claro” (La nueva siquiatría, Mentor, 1985, p. 143). La experiencia ha mostrado que el efecto de todas de las actuales drogas siquiátricas es inhabilitar el cerebro de manera general. Ninguno de estos medicamentos posee especificidad (por ejemplo para la depresión, ansiedad o sicosis) que se afirma que posee.

¿COMO “INSULINA PARA LA DIABETES”?

Se dice generalmente que tomar medicamentos siquiátricos es como tomar insulina para los diabéticos. Aunque las drogas siquiátricas sean, como la insulina, tomadas continuamente, la analogía es absurda. La diabetes es una enfermedad con una causa física, en cambio, no se ha encontrado ninguna causa física para ninguna de las llamadas enfermedades mentales. La forma de acción de la insulina es conocida: es una hormona que le instruye a las células que ingieran glucosa dietética (azúcar). En contraste, la forma de acción de los medicamentos siquiátricos es desconocida — aunque tanto proponentes como críticos teorizan que previenen el funcionamiento normal del cerebro por medio de bloquear sus neuroreceptores. Si esta teoría es correcta, la misma representa otro contraste entre la insulina y el medicamento siquiátrico: la insulina restaura una función biológica normal, pero la otra interfiere con otra función biológica normal. La insulina es una hormona que se encuentra naturalmente en el cuerpo, pero las drogas siquiátricas no se encuentran generalmente en el cuerpo. La insulina le da al cuerpo del diabético una capacidad que no tendría en su ausencia, la capacidad de metabolizar azúcar, pero los medicamentos siquiátricos tienen el efecto opuesto: éstos suprimen las capacidades mentales que la persona tendría en ausencia de la droga. La insulina afecta al cuerpo más bien que a la mente, pero los medicamentos siquiátricos inhabilitan al cerebro y por lo mismo a la mente: siendo la mente la esencia del yo verdadero.



EL AUTOR, Lawrence Stevens, es un abogado cuya práctica incluye representar a “pacientes” siquiátricos. Sus panfletos no están registrados en las oficinas de derechos de autor. Se te invita a sacarles copias para distribuirlas a aquellos que creas que se puedan beneficiar.



ACTUALIZACIÓN DE 1998

Las siguientes declaraciones las hizo el Dr. Michael Murphy, miembro clínico de siquiatría en la Escuela Médica de Harvard; el Dr. Ronald Cowan (ibid.) y el Dr. Lloyd Sederer, profesor asociado de siquiatría clínica (también de Harvard) en el libro de texto Anteproyectos en siquiatría (Blackwell science, 1998):

Litio

“El mecanismo de acción del litio en el tratamiento de la manía no está bien determinado” (p. 57).

Valproato

“El mecanismo de acción del valproato posiblemente se deba al aumento de la función GABA[4] en el sistema nervioso central” (p. 58 énfasis añadido).

Carbamasepina

“El mecanismo de acción de la carbamasepina en la enfermedad bipolar es desconocido” (p. 59).

Antidepresivos

“Se cree que los antidepresivos ejercen un efecto en subsistemas de sinapsis neuronales a través del cerebro... Prozac, Praxil y Zoloft actúan pegándose a las proteínas de retoma de serotonina presináptica... Los antidepresivos de triple ciclo actúan bloqueando la retoma presináptica de la serotonina y la norepinefrina. Los inhibidores monoaminos de oxidasa actúan inhibiendo la enzima presináptica (monoaminos de oxidasa). Estos mecanismos inmediatos de acción no son suficientes para explicar los efectos retardados contra la depresión (típicamente de dos a cuatro semanas). Otros mecanismos desconocidos deben jugar un papel en el tratamiento sicofarmacológico exitoso de la depresión... Todos los antidepresivos poseen más o menos la misma eficacia para la depresión... Sólo como la mitad de los pacientes cuyos síntomas cumplen con los criterios del DSM IV[5] de una depresión mayor se recobrarán con un una sola experiencia de al menos seis semanas de antidepresivos” (p. 54, énfasis añadido).

Comentario de Douglas Smith, creador de este sitio web: Desde luego, como la mitad de la gente que se siente desanimada o deprimida se sentirán significativamente mejor en seis semanas con o sin “medicamentos”. En realidad, lo que los siquiatras llaman “otros mecanismos desconocidos” son sólo el paso del tiempo.

ACTUALIZACIÓN DE 1999

Véanse las citas en la reseña del libro Tu medicamento puede ser tu problema de Peter Breggin y David Cohen, publicado en 1999.

ACTUALIZACIÓN DEL AÑO 2000

“Nada ha dañado más la calidad de vida individual en la sociedad moderna que la errada idea de que el sufrimiento humano se deriva de causas biológicas y genéticas y que puede ser rectificado tomando medicinas o terapia de electroshock... Si yo quisiera arruinar la vida de alguien, lo convencería que la siquiatría biologista tiene la razón: que las relaciones humanas no significan nada, que el libre albedrío es imposible, y que la mecánica de un cerebro descompuesto reina sobre las emociones y conducta. Si quisiera estropear la capacidad de un individuo de crear relaciones empáticas y amorosas, le recetaría medicinas siquiátricas: todas aplanan nuestras más altas funciones sicológicas o espirituales” (prefacio de Peter Breggin en Realidad terapéutica en acción por William Glasser, Harper Collins, 2000, p. xi, énfasis añadido).

lunes, 17 de agosto de 2009

Por qué la Psiquiatría debe Abolirse como una Especialidad Médica.


La psiquiatría debe abolirse como una especialidad médica porque la educación médica no se necesita, ni es útil para aconsejar o realizar un diagnostico, porque la percepción de enfermedad mental como una entidad biológica está equivocada, porque los "tratamientos" de psiquiatría no son otra cosa que hacer “terapias” con drogas y electro-shock, provocando mas heridas en lugar de las ayudar a las personas, porque los médicos no-psiquiátricos son mas capaces que los psiquiatras para tratar las enfermedades del cerebro reales, y porque la aceptación de médicos no-psiquiátricos de psiquiatría como una especialidad médica, es en conjunto una reflexión pobre en la profesión médica.
No hay ninguna base biológica para el concepto de enfermedad mental, a pesar de las teorías especulativas que usted puede oír. El cerebro es un órgano del cuerpo, y no hay duda que pueda tener una enfermedad biologica o genetica, pero nada de lo que nosotros pensamos hoy como enfermedad mental se ha remontado a una enfermedad del cerebro. No hay ninguna prueba biológica válida que demuestre la presencia de cualquier enfermedad mental que mencionan los psiquiatras como tales. Lo que nosotros pensamos hoy como enfermedad mental es psicológico, no biológico. Pero el tratamiento que sigue en psiquiatría hoy es biológico, el tratamiento moderno psiquiátrico es tan insensato como intentar resolver un problema de software (psiquis) de computadora trabajando en el hardware (cerebro).
La baja estima de la psiquiatría ante los ojos de médicos que practican el cuidado de salud, en otras especialidades médicas, se ilustra en el libro La Fabricación de un Dr. Psiquiatra, libro autobiográfico de David Viscott que publicó en 1972 sobre lo que era ser un residente psiquiátrico (es decir, un médico entrenando para hacerse un psiquiatra): "Yo encontré que no importaba la amistad que yo consegui con los otros residentes, ellos tenian el parecer en que ser un psiquiatra era ser un charlatán o mago." Él cita a un médico que hace una residencia quirúrgica y dice "Ustedes los psiquiatras realmente son una excusa pobre para la profesión. Deberian sacar la psiquiatría de la escuela médica y deberian ponerla en la sección de arqueología o antropología con la otra brujería. ' `Yo siento de la misma manera, ' dijo George Maslow, un residente del obstetricia..." (pp. 84-87).
E. Torrey psiquiatra, comprendió esto y lo señaló en su libro La Muerte de la Psiquiatría (1974). En ese libro, el Dr. Torrey con claridad de percepción y expresión, así como de valor, señaló "por qué la psiquiatría en su forma presente es destructiva y por qué debe morirse." (Esta cita viene de la sinopsis de la tapa del libro.). El Dr. Torrey indica que muchos psiquiatras han empezado a comprender esto, que "Muchos psiquiatras han tenido, por lo menos hasta cierto punto, el desconcierto de sentir que lo que ellos han estado haciendo ha sido principalmente sin valor y que las premisas en las que ellos han basado sus vidas profesionales eran en parte fraudulentas" (pág. 199). Probablemente, la mayoría de los médicos quieren hacer algo que sea constructivo, pero la psiquiatría no es un campo en el que ellos pueden hacerlo, al menos como medicos.
El Dr. Torrey define que los psiquiatras tienen sólo dos opciones científicamente legítimas y constructivas: O limitan sus prácticas al diagnóstico y tratamiento de enfermedades del cerebro conocidas (que él dice "no es más del 5 por ciento de las personas que nosotros nos referimos como ' enfermo mental '" (pág. 176), abandonando la práctica de la psiquiatría a favor de la práctica realmente médica y quirúrgica en lugar de presumir enfermedades del cerebro probadas y probablemente inexistentes, - o se vuelve lo que Dr. Torrey llama a "tutores" (lo que yo llamo a “consejeros”) en el arte de vivir, pero abandonando su papel como médicos. Por supuesto, los psiquiatras, siendo médicos, también pueden volver a la práctica de cuidado de salud real haciéndose médicos familiares o calificando en otras especialidades.
En La Muerte de Psiquiatría, Torrey adelantó la idea que la mayoria de los pacientes en los psiquiatricos no tienen problemas médicos. '... ' Ellos tienen problemas interpersonales y personales y ellos necesitan que los aconsejen, pero ésa no es ninguna medicina - ésa es educación. Ahora, si usted trata a las personas con enfermedades del cerebro con la neurología y el resto con educación, no hay realmente necesidad de la psiquiatría '" (revista de Salud americana, 1991 de octubre, pág. 26).
En el libro Harvard, la ley Universitaria el profesor Alan M. Dershowitz ha dicho de la psiquiatría que "no es una disciplina científica" (Nueva York Times, 24 de mayo de 1982, pág. 11). Semejante especialidad de supuesto ciudado de la salud mental, no debe tolerarse dentro de la profesión médica.
No hay necesidad de una supuesta especialidad médica como la psiquiatría. Cuando enfermedades del cerebro reales o otros problemas biológicos se determinan, médicos especialistas del cuidado de la salud reales como los neurologos, y para problemas internos, los endocrinologos y los cirujanos para tratarlos. Personas que tienen problemas personales e interpersonales es mejor que sean aconsejados por especialistas en esos problemas como los “consejeros” o “psicologos”.
El Dr. Torrey finaliza diciendo: ' las enfermedades ' que eran una muestra para ser verdaderas enfermedades, como el mongolismo se le asignó a la pediatría; la epilepsia se volvio una de las preocupaciones de la neurología; y el delirio debido a las enfermedades infecciosas fue manejado por endocrinologos. ... Ninguna de las condiciones que nosotros llamamos ahora como ' las enfermedades metales ' tienen cambios estructurales o funcionales conocidos en el cerebro que se hayan verificado como causales. ... Esto es, una especialidad peculiar de la medicina" (La Muerte de la Psiquiatría, pág. 38-39).
El punto es que si los psiquiatras quieren tratar enfermedades del cerebro reales, ellos deben hacerse neurólogos, internistas, endocrinologos, cirujanos, en especialidades reales del cuidado de la salud - no como psiquiatras. El tratamiento de enfermedades del cerebro reales, se cae dentro del alcance de las otras especialidades. Históricamente, el tratamiento de las enfermedades del cerebro reales no han estado dentro del alcance de la psiquiatría. Es tiempo para detener la pretensión que la psiquiatría es un tipo de cuidado de la salud. La Tabla americana de Psiquiatría y Neurología debe renombrarse la Tabla americana de Neurología, y no debe haber más certificaciónes de especialidad en psiquiatría. Asociaciones que formalmente representan a médicos como la Asociación Médica americana y Asociación Osteopática americana y organizaciones similares en otros países, deben dejar de reconocer a la psiquiatría como una rama legítima de la profesión médica.


EL AUTOR, Lawrence Stevens, es un abogado cuya práctica ha incluido representar a los "pacientes" psiquiátricos. Sus folletos no se registran con propiedad literaria de autor. Siéntase libre para hacer copias.

domingo, 16 de agosto de 2009

El mito de la depresión biológica


Se supone que la infelicidad es el resultado de una anormalidad biológica que a veces se le llama “depresión endógena” o “depresión clínica”. En su libro El cerebro quebrantado: la revolución biológica en la siquiatría, la Dra. Nancy Andreasen de la Universidad de Iowa dice: “El antiguo término endógeno implica que la depresión ‘crece de adentro’, que está biológicamente causado, implicando que los eventos dolorosos y desafortunados como perder un empleo o un amante no pueden ser considerados causas” (Harper & Row, 1984, p. 203). Asimismo, en 1984 la columnista Joan Beck del Chicago Tribune afirmó: “Los trastornos depresivos son básicamente bioquímicos, no causados por eventos o circunstancias ambientales o relaciones personales” (30 julio 1984, p. 16).
El concepto de depresión biológica o endógena es importante para la siquiatría por dos razones. Primero, es la más común de las supuestas enfermedades mentales. Como el Dr. Victor Reus escribió en 1988: “La historia del diagnóstico y tratamiento de la melancolía puede servir como una historia de la siquiatría misma (en H.H. Goldmann, editor, Reseñas de siquiatría general, 2ª edición, Appleton & Lange, 1988, p. 332). Segundo, todos los “tratamientos” siquiátricos para la depresión — sean drogas, electroshock o sicocirugía — se basan en la idea que la infelicidad que llamamos “depresión” es causada por una malfunción biológica más bien que por la experiencia diaria. Esta idea errónea en la causalidad biológica justifica lo que en realidad es un uso injustificado de terapias físicas, y a la vez éstas justifican la existencia de la siquiatría como una especialidad médica distinguible de la sicología o del simple asesoramiento.
Actualmente muchos profesionales y gente común creen que la depresión puede estar acusada por un “desequilibrio químico” en el cerebro a pesar que ninguna de las teorías sobre estos desequilibrios hayan sido confirmadas. La Dra. Andreasen habla de algunas de éstas en su libro El cerebro quebrantado.
Una de las teorías que describe es su creencia que la “depresión” (algo que yo prefiero llamarle tristeza o aflicción) es el resultado de anomalías neuroendócrinas indicadas por una cantidad excesiva de cortisol en la sangre. Como demostración de esto menciona la prueba o test de supresión de dexametasona, o DST. Sin embargo, se encontró que estaba equivocada la teoría detrás de esta prueba y las afirmaciones sobre su utilidad porque, en palabras de la Dra. Andreasen: “Muchos pacientes con depresiones bien definidas tienen DSTs normales” (pp. 180ss). Un artículo de la revista Escuela médica de salud Harvard llegó a una conclusión similar. El artículo titulado “Diagnosticando la depresión: ¿qué tan bueno es el DST?” reportó que: “Por cada tres pacientes con DST anormal, es probable que sólo uno tenga una verdadera depresión... e incluso una gran parte de deprimidos tienen resultados normales de DST” (julio 1984, p. 5). Similarmente, en un artículo de noviembre de 1983 en Archivos de medicina interna, tres médicos concluyeron que: “Los estudios realizados no fundamentan el uso del ST [test de supresión] de dexametasona” (Dr. Martin Shapiro et al., “Diagnósticos de laboratorio tendenciosos en la práctica médica sobre la depresión”, Vol. 143, p. 2085). En su libro de 1993 ¿Sucede en tu familia?: depresión, la Dra. Connie Chan reconoce que: “Aún no hay una prueba biológica para la depresión” (Bantam Books, p. 106). Sin embargo, a pesar de todo este descrédito, a algunos siquiatras orientados al biologismo les gustan las explicaciones biologistas respecto a la infelicidad humana, tanto así que continúan usando el DST. Por ejemplo, en su libro Buenas noticias sobre la depresión, el siquiatra Mark Gold dice que continúa usando el DST, y añade que esta prueba es “altamente solicitada como la prueba diagnóstica de depresión biológica” (Bantam, 1986, p. 155, énfasis en el original).
En El cerebro quebrantado, la Dra. Andreasen también describe lo que llama “la teoría más aceptada sobre la depresión, la hipótesis de la catecolamina”. Luego añade que “esta hipótesis es más una teoría que un hecho” (p. 231), y que “sugiere que los pacientes que padecen depresión tienen un déficit de norepinefrina en el cerebro” (p. 183), siendo esta sustancia “uno de los principales sistemas de catecolamina en el cerebro” (pp. 231s). Una manera de evaluar la hipótesis de la catecolamina es estudiar uno de los derivados de la misma en la orina, el denominado MHPG. La gente con la llamada enfermedad depresiva “tienden a tener índices más bajos de MHPG” (p. 234). De acuerdo con la Dra. Andreasen, el problema con esta teoría es que “no todos los pacientes con depresión tienen bajo el MHPG” (ibid). Por lo mismo, concluye que esta hipótesis “no ha explicado aún el mecanismo que causa la depresión” (p. 184).
Otra teoría es que la infelicidad o aflicción severa (“depresión”) es causada por bajos niveles de otro químico cerebral, la serotonina. Un panel de expertos reunidos por la Oficina del Congreso sobre Evaluación Tecnológica reportó en 1992 que: “Las principales hipótesis de la depresión se han enfocado a un funcionamiento alterado del grupo de neurotrasmisores llamados monoaminos (epinefrina, dopamina, norepinefrina, serotonina), particularmente a estos dos últimos... Hasta la fecha, los estudios del autoreceptor norepinefrina en la depresión no han encontrado evidencia específica de una anormalidad. Tampoco hay evidencia clara que relacione la actividad anormal del receptor serotonina en el cerebro con la depresión... La información que se tiene no representa evidencia consistente de niveles alterados del neurotrasmisor o de una suspensión de la actividad normal del receptor” (La biología de los trastornos mentales, U.S. Gov’t Printing Office, 1992, pp. 82 & 84).
Pero incluso si se demostrara que existe una anomalía biológica asociada a la depresión, nos podríamos preguntar si ésta es causa o efecto del padecimiento. Al menos un estudio de escaneo cerebral (emisión positrónica de tomografía, el escaneo “PET”) mostró que el simple hecho de pedirle a gente normal que imagine una situación que los haga sentir muy tristes, resultó en cambios significativos de flujo sanguíneo en el cerebro (Dr. José Pardo et al., “Correlaciones neurales en disforia autoinducida” en el Journal americano de siquiatría, mayo 1993, p. 713). Futuras investigaciones probablemente confirmarán que son las emociones las que causan cambios biológicos en el cerebro, más bien que cambios biológicos en el cerebro causen emociones.
Una de las teorías más populares de la depresión causada biológicamente es la de la hipoglicemia. En su libro Luchando contra la depresión, publicado en 1976, el Dr. Harvey Ross dijo: “En mi experiencia como siquiatra ortomolecular, veo que muchos pacientes que se quejan de depresión tienen hipoglicemia (bajos índices de azúcar)... Debido a que la depresión es común en gente con hipoglicemia, cualquier persona deprimida sin una causa clara debe sospechar que puede tener baja el azúcar” (Larchmont Books, pp. 76, & 93). Pero en su libro ¿Tienes una enfermedad depresiva? publicado en 1986, los siquiatras Donald Klein y Paul Wender ponen a la hipoglicemia en la sección titulada “Enfermedades que no causan depresión” (Plume, p. 61). La idea de la hipoglicemia como causa de la depresión también fue rechazada en el artículo “Hipoglicemia: ¿hecho o ficción?” que apareció en la portada de la revista Escuela médica de salud Harvard (noviembre 1979).
Otra teoría de enfermedad física como causa de la infelicidad o “depresión” es la del hipotiroidismo. En su libro ¿Pueden los sicoterapeutas dañarte? la sicóloga Judi Striano incluyó un capítulo titulado “¿Depresión o una tiroides poco activa?” (Professional Press, 1988). Asimismo, en 1988 tres profesores de siquiatría aseveraron: “Desde hace tiempo se ha sabido que el hipotiroidismo manifiesto causa depresión” (Alan Green et al, La nueva guía Harvard de siquiatría, Harvard Univ. Press, 1988, p. 135). La teoría es que la glándula tiroides del cuello segrega hormonas que llegan al cerebro, mismas que son necesarias para sentirse bien y que, si produce menos, la persona puede comenzar a sentirse infeliz (incluso si no hay otros problemas que cause la tiroides). La Enciclopedia de medicina de la Asociación Médica Americana hace una lista de los síntomas del hipotiroidismo: “debilidad muscular, calambres, bajo rendimiento del corazón, piel seca y escamosa, pérdida de cabello... podría haber aumento de peso” (Random House, 1989, p. 563), pero la Enciclopedia no menciona a la infelicidad o “depresión” como una de las consecuencias del hipotiroidismo. Supongamos que alguien comienza a experimentar debilidad muscular, calambres, piel seca y escamosa, pérdida de cabello y que ganara peso? ¿Cómo se sentiría? Deprimido probablemente. Por otra parte, así como el hipotiroidismo es una glándula tiroides que produce poco (hipo = poco), el hipertiroidismo es una glándula que produce mucho. Por consiguiente, si el hipotiroidismo causa depresión, parece lógico suponer que el hipertiroidismo produzca el efecto opuesto, esto es, que haga a la gente feliz. Pero esto no es lo que pasa. Como dice el siquiatra Mark Gold en su libro Buenas noticias sobre la depresión: “La depresión también sucede en el hipertiroidismo” (p. 150). ¿Y cuáles son las consecuencias del hipertiroidismo? El Dr. Gold dice que sudación excesiva, fatiga, palpitaciones del corazón, piel húmeda, frecuentes idas al baño, debilidad muscular y ojos protuberantes. De manera que tanto el hipo- como el hiper-tiroidismo causan problemas físicos en el cuerpo, y “depresión”. Esto es lógico: cuando nuestro cuerpo no está funcionando bien es difícil imaginarse otra cosa que sentirse emocionalmente mal. Pero nunca se ha probado que el hipotiroidismo afecte directamente los estados de ánimo, más bien es el efecto indirecto de sentirse enfermo físicamente lo que influye en nuestros estados anímicos.

Algunas personas creen que desequilibrios químicos relacionados con cambios hormonales pueden ocasionar “depresiones” debido a la supuesta causalidad biológica sobre los humores en las mujeres durante su ciclo menstrual. En lo personal, no encuentro convincente este argumento porque conozco muchas mujeres que no son afectadas durante sus ciclos. En su libro La búsqueda de la felicidad el profesor de sicología David Myers dice que este síndrome premenstrual es un mito (William Morrow & Co., 1992, pp. 84s). Desde luego, algunas mujeres experimentan molestias físicas debido a su menstruación: ¡el sentirse mal físicamente es razón para encontrarse de mal humor!

Otras personas creen que las mujeres experimentan indeseables cambios de humor en la menopausia debido a causas biológicas. Sin embargo, un estudio sicológico en la Universidad de Pittsburgh reportó en 1990 que: “En general, la menopausia no desencadena el estrés o depresiones en mujeres saludables; incluso mejora la salud mental de algunas”. Y de acuerdo a Rena Wing, una de las sicólogas que realizó el estudio: “Todos suponen que la menopausia es un evento que causa estrés, pero no hemos encontrado evidencia de este mito” (“El estrés menopáusico puede ser mítico”, USA Today, 16 julio 1990, p. 1D).

También está cundida la creencia que por razones biológicas las mujeres pasen un período deprimidas después del parto, la “depresión post-partum”. En su libro Cómo se forma un siquiatra el Dr. David Viscott cita a George Masslow, un médico que trabajando de obstétrico hizo el siguiente comentario: “Oye, Viscott, ¿realmente crees en la depresión después del parto? Habré visto unos dos casos en los últimos tres años y creo que es una mierda que ustedes [los siquiatras] se imaginaron para hacer negocio” (Pocket Books, 1972, p. 88). Una mujer que dio luz a ocho niños, que en mi opinión la califica como experta en el tema, me dijo que eso de entristecerse después de partos es cierto, pero que se lo atribuía a causas sicológicas. “No sé de causas fisiológicas”, dijo, “pero mucho de las sicológicas: te molesta cómo te ves” (esto se debe a que en nuestra sociedad se supone que la mujer debe ser delgada, y después del parto por un tiempo las mujeres no están así). También dijo que después del parto una mujer siente un gran “cansancio físico”, y éste es el comienzo de nuevas responsabilidades parentales que, si somos honestos, debemos admitir que son agobiantes. La llegada de estas responsabilidades y el reconocimiento de cómo afectan negativamente la libertad de la mujer, es una muy obvia causa no biológica de la depresión post-partum. Puede que no sea sino hasta el nacimiento mismo del niño que los padres se den cuenta de cómo sus vidas cambiaron para mal, pero una carta de una amiga mía que entonces tenía tres meses embarazada de su primer hijo, ilustra que la depresión asociada con el parto puede ocurrir antes del nacimiento. Dijo que constantemente lloraba porque pensaba que con un niño su vida nunca sería la misma, que sería una “prisionera” y que ya no tendría tiempo para hacer lo que quería en la vida. Una razón por la que estas causas sicológicas no son reconocidas y las “depresiones” atribuidas a causas biológicas, es nuestra renuencia a ver los sinsabores de la paternidad.

Otra teoría de depresiones causadas biológicamente es el ataque de embolia cerebral. Lo que hace que nos parezca más probable la causa neurológica que una reacción humana normal a la situación, es que el daño del ataque podría darse en el lado derecho del cerebro, que supuestamente causa excesiva alegría. Sin embargo, una lectura cuidadosa de la mayoría de libros y artículos sobre neurología no apoya la afirmación de que “alegrías excesivas” se deban a una lesión en el hemisferio derecho. En cambio, lo que la mayor parte de la literatura neurológica indica es que algunas veces este tipo de embolias produce la anosagnosia o falta de interés en los problemas de uno mismo (véase, por ejemplo, lo que dice el Dr. Oliver Sacks en El hombre que confundió a su esposa por un sombrero y otras historias clínicas, Harper & Row, 1985, p. 5).

Quizá el argumento más gastado es que los antidepresivos no servirían si la causa de la depresión no fuera biológica. Pero los antidepresivos no sirven. Como dijo el Dr. Peter Breggin en 1994: “No hay evidencia que los antidepresivos sean especialmente efectivos” (Replicándole con insolencia a Prozac, St. Martin’s Press, p. 200), esto es, en algunos estudios los placebos funcionan tan bien como el Prozac. Y aún en el caso que los llamados antidepresivos sirvieran, eso no demostraría una causa biológica de la depresión ¡de igual manera como el sentirse mejor con mariguana, cocaína o alcohol no demuestra una causa biológica!

Es curioso, pero una lectura cuidadosa de libros y artículos de aquellos siquiatras y sicólogos que creen en estas causas, generalmente revela causas sicológicas que la explican adecuadamente incluso cuando los autores creen que ese mismo caso ejemplifica la depresión biológica. Por ejemplo, en Oscuridad sacra: el viaje personal de un sicólogo para salir de su depresión (John Wiley & Sons, 1982), un libro autobiográfico del profesor de la Universidad de Yale Norman Endler, éste afirma que su infelicidad “estaba inducida bioquímicamente” (p. xiv), y páginas después añade: “mi trastorno afectivo era básicamente bioquímico y fisiológico” (p. 162). Pero por sus propias palabras es obvio que su depresión se debió a un amor no correspondido con una mujer con quien se involucró emocionalmente. Esta mujer, Ann, decidió cortar su relación (pp. 2-5) aproximadamente en tiempos en que Endler sufrió un revés en su carrera: perdió una beca de investigación (p. 23). A pesar de las afirmaciones de causalidad biológica, en ningún lugar del libro Endler cita pruebas médicas que muestren alguna clase de anomalías bioquímicas o neurológicas. Y obviamente no puede hacerlo, pues no existen pruebas científicas que muestren la presencia de enfermedades mentales, incluyendo tristezas o “depresiones” causadas biológicamente. Similarmente, en El cerebro quebrantado la profesora Nancy Andreasen pone el ejemplo de un tal Bill, un pediatra cuyas recurrentes depresiones, dice Andreasen, ilustran que “la gente que padece enfermedades mentales sufren de un cerebro enfermo o quebrantado [énfasis de la autora], no de un carácter débil, flojo o malo, o de fallos en la educación familiar” (p. 8). Andreasen no ve el hecho que la “depresión” de Bill ocurrió cuando su padre murió; cuando no le permitieron graduarse en la escuela de medicina en el tiempo debido; cuando a su esposa le dio cáncer y murió; cuando su segunda esposa le fue infiel y fue arrestado por estado de ebriedad después de una riña con ella (que hasta salió en el periódico local), y cuando le suspendieron su licencia para ejercer su profesión debido al estigma causado por el “tratamiento” siquiátrico que recibió (pp. 2-7).

Una de las razones por las que la gente teoriza sobre causas biológicas de la “depresión” es que algunas veces se encuentran tristes por razones incomprensibles. Esto sucede debido a aquello que los analistas llaman inconsciente: “Las investigaciones de Freud causaron consternación mundial... Comparando la mente con un iceberg cuya mayor parte está sumergido y es invisible, nos dijo que la mayor parte de la mente es irracional e inconsciente y que sólo la cresta del preconsciente y consciente están visibles en la superficie. También sostuvo que la parte inconsciente, en gran parte sexual, guía más nuestras vidas que nuestra parte racional, a pesar que creamos que las cosas son precisamente de manera opuesta” (Ladas, et. al., El punto G y otros recientes descubrimientos acerca de la sexualidad humana, Holt, Rinehart & Winston, 1982, pp. 6s). En Libro elemental sobre sicoanálisis, el Dr. Charles Brenner dice: “La mayor parte del funcionamiento mental transcurre sin conciencia... Actualmente creemos que... las operaciones mentales decisivas para determinar la conducta del individuo... pueden ser básicamente inconscientes” (Int’l Univ. Press, 1955, p. 24). Un artículo de revista de 1990 reportó que: “Los científicos que estudian sujetos normales también encuentran evidencia que la mente está compuesta de ‘procesores’ especializados que operan debajo del nivel consciente... Freud parece haber estado en lo cierto acerca de la existencia de una vasta dimensión inconsciente” (U.S. News & World Report, 22 octubre 1990, pp. 60-63). Que las experiencias de la vida causen infelicidad o la llamada depresión no siempre es obvio, ya que generalmente los procesos y memorias relevantes están ocultos en las partes inconscientes de la mente.[1]

En lo personal, yo creo que la infelicidad o la llamada depresión siempre son el resultado de experiencias vivenciales. No existe evidencia convincente de que jamás esté causada por factores biológicos. El cerebro es parte de nuestra biología, pero no hay evidencia de que la infelicidad agobiante (“depresión”) sea biológica, de igual manera como los programas televisivos malos no están causados por un desperfecto electrónico en el televisor. “El punto es no cómo curarse, sino como vivir” (Joseph Conrad, citado en Thomas Szasz, El mito de la sicoterapia, Syracuse Univ. Press, 1988, contraportada). “Cuando los profesionales de salud mental señalan causas genéticas y bioquímicas espurias” de la depresión y recomiendan medicinas más bien que mejorar la vida, “inhiben el crecimiento personal y social” que necesitamos para evitar la tristeza y tener una vida llena de sentido (Dr. Peter Breggin, “Replicándole a Prozac” en Psychology Today, julio/agosto 1994, p. 72).



EL AUTOR, Lawrence Stevens, es un abogado cuya práctica incluye representar a “pacientes” siquiátricos. Sus folletos no están registrados en las oficinas de derechos de autor. Se te invita a sacarles copias para distribuirlas a aquellos que creas que se puedan beneficiar.